Por Ma. Elizabeth de los Ríos Uriarte* 

“Todo está interconectado”. Esta frase parece de principio a fin en la encíclica “Laudato Sí” y se retoma, nuevamente en la carta apostólica “Querida Amazonía” constituyéndose como un eje central en el pensamiento del Papa Francisco junto con la noción compartida de “Casa común”.

Así, una y otra vez, antes de la pandemia y desde el inicio de ésta, el Papa nos ha exhortado a cambiar la mirada y abrir nuevos caminos. Esto conlleva la necesaria revisión de modos y paradigmas anteriores y su puesta en tela de juicio ante la constatación trágica de tantas muertes y de tanto sufrimiento. Con más de 18 millones de casos confirmados de coronavirus y más de 600, 000 muertes, el mundo lanza una advertencia y un grito de desesperación. Franco Berardi afirma en el libro Sopa de Wuhan que la enfermedad una “reacción de autodefensa de la tierra”.

Hemos sido testigos, en los últimos meses que lo que pasa en un extremo del planeta termina afectándonos a todos, por ende, no cabe más el pensamiento monolítico y solitario que afirmaba la hegemonía de unos por encima de la subordinación de otros. “todos estamos en el mismo barco” afirmó Francisco en la bendición Urbi et Orbi del 27 de marzo.

Así pues, las fronteras se han desdibujado a pesar de sus cierres a cuentas de un virus invisible que acecha con destruir a la humanidad entera, especialmente a los más vulnerables. Ante esto, cabría preguntarnos ¿qué tipo de mundo queremos reconstruir? ¿habremos aprendido algo de esta crisis?

Nos encontramos ahora casi al final de la pesadilla, al menos ya se habla de posibles vacunas que saldrán aprobadas a fines de año o a principios del 2021. Superados los cuestionamientos sobre su rápida producción ahora nos situamos frente a otra arista del tema que provoca dudas y posibles controversias: se trata de su distribución y accesibilidad.

Recordemos que el artículo 25 de la Declaración universal de los Derechos Humanos consagra el derecho a la protección de la salud y su alcance es internacional, por ende, si existen amenazas contra ésta se deben poner todos los medios y esfuerzos físicos, mentales, gubernamentales, económicos y políticos para implementar mecanismos para su protección. Así, frente al problema de salud que nos aqueja no podemos racionar la ayuda ni minimizar los esfuerzos internacionales.

No hay tiempo para discutir de quién es la cura o quién sacará primero la vacuna, lo que urge ahora es trabajar por el bien común y esto exige la renuncia a la fama y a las riquezas, tan perseguidas en nuestra época posmoderna, y velar, más bien, por la satisfacción de sentirnos hermanados en el sufrimiento, pero salvados por la solidaridad universal.

Este concepto de solidaridad universal ha sido ampliamente discutido en estos meses y descansa sobre la idea expresada anteriormente y puesta de manifiesto evidente en el pensamiento del Papa: estamos interconectados unos con otros, de ahí que, reconocernos, protegernos y ayudarnos mutuamente resulta más que una opción, un imperativo ético.

Las vacunas, como todos los demás bienes de la salud, no puede quedar sujetas ni a las leyes del mercado ni a los poderes políticos, menos aún, deben ser usadas como estrategias políticas para ganar votos. Su libre distribución y cotización razonable deben ser elementos prioritarios y más en una situación de emergencia sanitaria mundial como ésta que atravesamos. Las autoridades y los gobiernos de cada país tienen el deber ineludible de brindar recursos y enfocar esfuerzos para subsanar las carencias que provocan desigualdades entre sus ciudadanos.

Existe, más allá de las diferencias y bloques de poder geopolíticos, un deber universal para con el prójimo y, más, para con el prójimo sufriente. Éste se fundamenta en nuestra esencial sociabilidad que nos lleva a pensar que nadie se salva solo, que necesitamos de los otros y los otros necesitan de mí para poder vivir y vivir bien.

Desde una visión utilitarista, la vacuna contra el COVID será una mina de oro que enriquecerá a las grandes industrias farmacéuticas y posicionará políticamente a los países que compiten por sacarla lo antes posible; sin embargo, recordemos que cada incremento en la riqueza de unos representa un empobrecimiento de otros, por ende, necesitamos aprender de esta crisis y retomar la necesaria interconexión entre todos para adquirir una mirada nueva que nos permita acoger el don de la vida de todos y cada uno y luchar por salvaguardarla y protegerla.

A la par, necesitamos retomar la actitud solidaria que invite a todos los países a velar por el bien y la salud de todos los ciudadanos del mundo pues, si hay algo que esta pandemia nos ha hecho reflexionar, es el sentido de pertenencia: ya no es válido decir que pertenecemos sólo a un país o sólo a un grupo étnico, si no ir más allá de esas fronteras y sentirnos hermanados compartiendo un mismo lugar que habitamos y que lleva por nombre: Casa Común.

Los tiempos convulsos son siempre tiempos de oportunidades también, no hay cabida ya para las diferencias o los desacuerdos si no para la acogida y el abrazo al hermano. Nuevos aires se avecinan ya, la solidaridad se asoma y toca a nuestra puerta, ¿seremos capaces de abrirle? La distribución y adquisición de la vacuna contra el COVID parecen ser la puerta de entrada a un nuevo paradigma de pensamiento fincado en el cuidado mutuo y el reconocimiento de nuestra esencial dignidad.

 

* Doctora en Filosofía por la Universidad Iberoamericana.Maestra en Bioética por la Universidad Anáhuac México Norte. Licenciada en Filosofía por la Universidad Iberoamericana.Técnico en Atención Médica Prehospitalaria por SUUMA A.C. Scholar research de la Cátedra UNESCO en Bioética y Derechos Humanos. Miembro de la Academia Nacional Mexicana de Bioética. Miembro y Secretaria general de la Academia Mexicana para el Diálogo Ciencia-Fe.

Ha impartido clases en niveles licenciatura y posgrado en diversas Universidades. Cuenta con publicaciones en revistas académicas y de divulgación tanto nacionales como internacionales y es columnista invitado del periódico REFORMA.

Actualmente es profesora y titular de la Cátedra de Bioética Clínica de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac.

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