Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
El ser humano se ha preguntado siempre sobre Dios; su existencia, su modo de ser, su actuar, según su contexto histórico, su cultura, su situación personal. San Agustín,- en “La Ciudad de Dios”,VI, 10,- hace eco de las distintas concepciones de Dios, según la división de Varrón: la teología mítica, según el dominio de los dioses; la teología política que abarcaba la religión del estado, las instituciones y el culto; la teología natural correspondiente al campo de los filósofos, era la teoría de la naturaleza de lo divino como se revela en la naturaleza de la realidad, religión verdadera en parte para san Agustín, en cuanto a su dimesión racional. Si Varrón quiso fortalecer la teología política era para dar estabilidad política a Roma; san Agustín, propone superar a ésta, por una teología natural desarrollada por Platón. Busca unir razón y revelación como san Justino, Clemente y Orígenes. Quizá tendríamos que valorar la contemplación del universo, para descubrir su belleza, su orden y el equilibrio que se da en la naturaleza, la gran obra de Dios.Volver a una teología política, para revalorar la persona humana, la familia y todas las instituciones ordenadas al bien de los hombres dentro de planteamientos de justicia, libres de visiones unidimensionales e ideológicas, cuya estrechez de pensamiento anula los derechos objetivos de la persona, cometiendo gran injuria al Creador de las personas y a las personas mismas.
Los pensadores que han influido, en Occidente, sobre sus diversas concepciones acerca de lo divino, de los dioses o de Dios; así Platón(427-385 a.C.) en sus Diálogos,-Fedro, “Nos forjamos de la divinidad una idea representándola como un ser viviente inmortal, con alma y cuerpo naturalmente unidos por toda la etenidad…” Además habla de Dios y de los dioses. Donde los dioses habitan, tiene su morada la Verdad: verdadera realidad, esa que sólo puede ser contemplada por la inteligencia, piloto del alma; no con los sentidos. Lo divino “es hermoso, sabio y bueno”, es decir, donde en la unidad de Dios, “el ser más justo que existe” se funden en uno la Verdad, el Bien y la Belleza”.
Aristóteles (385-323 a.C.), nos ofrece una enciclopedia filosófica del saber de su tiempo; es sorprendente su “lógica” o el “órganon”, que en su esencia es la misma en nuestros días, traducida también en “lógica matemática”; tiene gran importancia porque nos ofrece la ciencia de los primeros principios,-la metafísica o la filosofía del ser o del ente en cuanto tal, el haber entendido a Dios como causa de las causas,-motor inmóvil, acto puro, entendimiento del entendimiento, y habernos ofrecido el concepto medular de sustancia. Sin éste no existiría la estructura de su pensamiento, como el concepto de “relación” para la teología católica.
San Hilario de Poitier ( aproximadamente 310 y su muerte en el año 367)en su obra sobre la Trinidad: “Dios Padre y ´Dios Hijo son absolutamente Uno, no solamente por la unión de las personas sino por la unidad de la sustancia” (IV, 42).
San Agustín (353-430). Su obra sobre la Trinidad es cumbre del pensamiento occidental.
A él le debemos el planteamiento que hace de las misiones, procesiones, relaciones y las personas en Dios; pero quizá valga la pena recordar que Dios está por encima de nuestros conceptos: “ A Dios lo hemos de concebir, si podemos y en la medida que podemos, como un ser bueno sin calidad; grande sin cantidad; creador sin indigencia; presente sin ubicacón; conteniéndolo todo sin revestimiento ninguno (sine hábitu); omnipresente sin lugar; eterno sin tiempo: inmutable y autor de todo los cambios sin pasividad. Quien así piense sobre Dios, aunque no llegue a conocer del todo lo que él es, evitará pensar, con diligencia piadosa, lo que no es” (De Trinitate, V, 1,2).
San Anselmo de Canterbury (1033 ó 1034-1109). Uno de los grandes pensadores que busca a Dios. A él le debemos esa frase de “credo ut intellegam”,- creo para entender, porque si no creo no entenderé. En su obra el Proslogion nos dice con lenguaje oracional: “No intento, Señor, penetrar en tu Altura, ya que ni siquiera comparo; pero deseo de algún modo entender tu voluntad, que mi corazón cree y ama. Ni siquiera intento entender para creer, sino que creo para entender. Pues es lo que creo: que si no creo no entenderé”(Proslogion 1 ). Una frase que repetimos frecuentemente en teología católica es aquella de “Deus semper maior quo cogitari possit”, Dios es el ser de quien no puede concebirse manda mayor (Proslogion 2). Así podríamos continuar con grandes pensadores que nos ilustran maravillosamente sobre el misterio de Dios, como Ricardo de San Víctor (1110-1173) o el grande entre grandes, Santo Tomás de Aquino (1225-1274).
Xavier Zubiri (1889-1983), filósofo español contemporáneo, señala que “en medio de la agitación de nuestro tiempo puede afirmarse, sin miedo a errar, que por afirmaciones o por negaciones o positivas abstenciones, nuestra época queriéndolo o sin quererlo, o hasta queriendo todo lo contrario, es quizá una de las épocas que más sustancialmente vive el problema de Dios”(Naturaleza, Historia, Dios, págs 395-396). A la divinidad se le pretende asignar un origen moral, sentimental, experimental o social. El problema sobre Dios se debe afrontar por vía intelectual, es decir se ha de buscar una justificación intelectual; por tanto, no de cualquier manera; no solo se tiene la idea de Dios, sino que es necesario justificar la afirmación de sus realidad (cf o.c. 420).
Así entroncamos con el tema de Jesús, Palabra; Dios que acompaña y dialoga. Más allá de los planteamientos antiguos que valoran y divinizan la fuerza de la naturaleza; más allá de la Ilustración que privilegia la razón del sistema, en la Historia de la Salvación, Dios con su palabra creadora, hablando crea al hombre como concreción de su imagen viva y personal para vivir en libertad y ser capaz del diálogo con Él y con otras personas semejantes. Si Dios comunica, dialoga, el ser humano también puede comunicar y dialogar. Dios en su encuentro con los hombres como Palabra y libertad, gracia y benevolencia amorosa vive su comunión en dimensión histórica propia de todo humano, enmarcado en las condiciones espacio-temporales. Así Dios en virtud de la encarnación de su Palabra-Hijo, nos acompaña a caminar con Él, a pesar de nuestra condición frágil. Él nos invita a vivir el proceso interior de comunión de personas divinas y las humanas en el horizonte de la vida, lejos de los temores, de los males que se ciñen sobre la humanidad de carácter moral, ecológico e incluso de manipulación genética. Este Dios que nos sale al encuentro permanentemente desafía los pensamientos egoístas (Is 55, 6-9); de aquellos que se encierran en sí y evitan su realización actualizando su ser de personas, como don sincero de sí,-como lo enseña san Juan Pablo II. El escandalo de hoy como en tiempos de san Pablo es llevar una vida digna del Evangelio (Fil 1.20-24,27)del amor y de la entrega total y generosa, según el estilo de Jesús. La bondad de Dios revelada en Jesús y por Jesús, no tiene límites (Mt 20,1-16); expresa el “ágape” o el amor divino, que es exuberante. El misterio de Dios es insondable; nos envuelve y nos invita a dejarnos plenificar con su presencia dignificante, acomapañante, para liberarnos de las mediocridades y medias tintas. Dios es bueno y nos invita a acompañarlo en su bondad para tener corazón como el de Él, o su mismo corazón. Nuestros pensamientos son a veces insustanciales; además Dios es siempre mayor de lo que podamos pensar. Dios, dialoga con su Palabra desde su silencio en situación amorosa y contemplativa; Dios,- Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos acompaña; está en nosotros para vivir el “paso”,-la pascua, de la trasformación y de su divinidad compartida. Más que cosas, es Él mismo el don sincero de sí para el misterio de comunión divina y humana.