Por Sergio Ibarra

Los años setentas del siglo pasado fueron testigos del nacimiento de una nueva era: la integración de los mercados mundiales ocasionado por la flotación de las monedas. Esto puso en jaque las balanzas comerciales de los países, dando ventaja a quien exportaba más de lo que importaba y viceversa, poniendo en riesgo al caso contrario.

Desde entonces para nuestra patria tener una la balanza comercial positiva ha sido una pesadilla y la razón de malbaratar nuestro petróleo desde los setentas hasta la fecha.

La necesidad de realizar más exportaciones obligó a pactar acuerdos comerciales que acabaran con el proteccionismo económico que impedía la libre importación de mercancías. De tal forma, que los países desarrollados iniciaron un proceso de liberación de aranceles y en pocos años el flujo de equipos, maquinaría y mercancías se fue incrementando. Nuestra patria formalizó su ingreso a este acuerdo, el GATT, en 1986.

La decisión propició que no solo exportáramos una materia prima sin ningún valor agregado, barriles de petróleo, sino muchos productos que si lo tenían. Fue la iniciativa privada que, invirtiendo en conocimientos y desarrollo tecnológico, conquistó mercados internacionales. Vinieron años de estabilidad económica basados en un buen precio del petróleo, pero sobre todo en una creciente industria exportadora hasta el año 2013, en que el precio de barril se redujo en más del 50%.

El siglo XXI trajo la economía digital mundial y el intercambio generalizado de todo, incluidos intermediarios financieros. Estos intercambios ocasionaron ya no solo el ir y venir de equipos, maquinaria, materias primas y mercancías, sino además el establecimiento de comercios, autoservicios, etc., de origen extranjero.

Me refiero a la nueva normalidad. La economía, está demostrado, tiene ciclos como una serpentina donde hay un momento de avance y luego uno de regreso, pero ya no vuelve al lugar original. Ante la actual contracción económica, una forma de colaborar con la economía local es consumir productos mexicanos y hacer compras en comercios mexicanos. Si compramos en un autoservicio o tienda extranjera una parte de esa riqueza va a parar a otro país. Cada vez que compremos en un establecimiento mexicano colaboramos con nuestra economía, las utilidades y el bienestar aquí se quedan.

No se trata de oponerse a la libre competencia, sino reflexionar en la situación actual. La globalización va a continuar y así debe ser, pero con una mayor conciencia como consumidores.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de octubre de 2020. No. 1317

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