Por Tomás de Híjar Ornelas

“El negocio del cine es macabro, grotesco: es una mezcla de partido de fútbol y de burdel”. Federico Fellini

Si uno visita la catedral de Buenos Aires, obligado será que vea la capilla donde se resguardan los despojos mortales de José de San Martín (1778 – 1850),

custodiados de forma perpetua por una escolta de honor y un culto patrio antiguo e institucional que nunca nadie ha intentado extirpar ni de aquí para allá ni de allá para acá, no obstante de haber muerto el prócer alejado de la vida sacramental por su pertenencia a la masonería en un momento en el que tanto la Iglesia como las logias masónicas habían roto lanzas entre sí.

Aunque San Martín murió exiliado en Francia a la edad de 72 años, Argentina le da el título de Padre de la Patria y Libertador y es su principal héroe y prócer; el Perú también lo recuerda como Fundador de la Libertad, Fundador de la República, Generalísimo de las Armas y el Protector del país, en tanto que el Ejército de Chile le reconoce el grado de capitán general.

A Agustín de Iturbide (1783 – 1824), en cambio, quienes lo recuerdan aún con entusiasmo en México lejos de ser una porción considerable son cada día menos, y su fervor tiene mucho de inducido. Sus despojos mortales están en la Catedral Primada, pero muy pocos serán los que lo sepan y muchísimo menos los que lo visiten. ¿Qué separo el destino de uno y otro personaje?

La visión que el uno tuvo para adherirse de forma absoluta al ascenso imparable de la nueva clase social, la burguesa, y el recato que al otro le permitió cambiar de lealtades según fuera conveniente. San Martín se condujo como curtidor, Iturbide como cordelero…

En efecto uno y otro coincidieron en el tiempo, tuvieron una formación similar, estuvieron al corriente de los impulsos sociales y políticos de Europa y tuvieron a la vista la ocasión única de hacer de los dominios de España en el Nuevo Mundo (de forma diversa a como lo especuló Simón Bolívar) un bloque cultural tan sólido como grandioso…

Sólo que Iturbide se echó a cuestas el legado de la Nueva España con los Estados Unidos (Inglaterra, pues) de vecino, y le apostó al antiguo régimen, y San Martín, mucho más distante y menos apetecible, sólo se tuvo a sí mismo como valladar, y en esto fue más humilde que el novohispano, pues aunque no una sino muchas veces habrá pasado por su mente y la de sus allegados haberse presentado como el mejor candidato para ser rey, no torció la senda y hasta tuvo la agudeza de sortear el peor de todos los lances, la muerte por ajusticiamiento.

Sea como fuere, en México no poco le debemos a Agustín de Iturbide y seguir proscribiendo su memoria en vísperas del bicentenario de la Independencia, será, por lo menos, injurioso para quienes tenemos ahora más herramientas de análisis desapasionado de las que lo han convertido en héroe o villano.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de octubre de 2020. No. 1317

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