Por Jaime Septién
Las reducciones ideológicas no sirven. Cuando uno dice que no es necesaria la mascarilla y se burla de su oponente, y un día o dos más tarde, se contagia, ¿qué puede explicarle a la gente de su país? Ups, perdón, me equivoqué… Pero en el fondo sabe muy bien que se llevó entre las espuelas a miles de personas que confiaron ciegamente en él.
Cuando otro se obstina en tener datos diferentes a los que arrojan los conteos oficiales, y recorre un país devastado por una catástrofe que le cayó “como anillo al dedo” a su pretensión política, y se encuentra con lo que hay: muerte, destrucción de empleos, polarización extrema. ¿Qué puede hacer? Desde luego, escuchar a todos los sectores, establecer un camino de unidad. También en el fondo sabe que esto no es un juego de perinola: que en una sociedad o “todos ponen” o alguien termina “llevándose todo” (incluyendo a la sociedad misma).
La realidad es tozuda. Sistemáticamente enfrenta a quienes quieren hacerle un traje a su medida. Recuerdo aquel cuento del monje de clausura que se levantaba antes del alba para pedirle a Dios que hiciera salir el sol. Un día se quedó dormido. Al despertar, fue al reclinatorio a dar gracias al Creador puesto que, sin él pedirlo, había hecho salir al sol…
Creo que este es el llamado de “Fratelli tutti”: dejarnos de reducciones ideológicas y volvernos a la realidad concreta para transformarla. Es un grito desesperado del Papa Francisco a la cristiandad –y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad– para no dejarse arrastrar por la seguridad efímera que dan las etiquetas (soy de izquierda, soy de derecha) y ver al otro como es, no como yo quiero que sea. Qué falta le hace a nuestros líderes leerla. Qué falta nos hace a nosotros asumirla.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 11 de octubre de 2020. No. 1318