A todos nos llegará la hora y debemos aprovechar para agradar a Dios y disfrutar de los que nos quieren.
Por Mónica Muñoz
Es curioso, pero sucede que, cuando se acerca el final de un año, coincidimos con una fecha muy significativa para México: el día de muertos, o como se celebra en la Iglesia Católica, el día de los fieles difuntos.
Creo, además, que es una buena ocasión para recordarnos a todos que un día vamos a morir, y, desde mi muy personal punto de vista, afortunadamente, no sabemos cuándo sucederá, porque es indudable que viviríamos en constante angustia, contando los días, las horas y los minutos y, al acercarse la fecha de nuestra partida definitiva, pienso que no podríamos hacer nada más que mirar el reloj esperando el momento de nuestro deceso, que, por otra parte, no sabríamos cómo nos llegaría.
No, definitivamente es una dicha ignorar cuando moriremos.
Por otro lado, es también una oportunidad para reflexionar sobre lo que hemos hecho de nuestra vida, para entender que podemos mejorar y explotar nuestros dones, porque todos tenemos talentos que, seguramente, no hemos descubierto y que pueden ayudarnos a hacerle mucho bien a los demás, lo que sería magnífico para todos.
Sin embargo, solamente por hacer un pequeño experimento, por un momento imaginemos que, al nacer, teníamos una marca invisible con la fecha de nuestra muerte, pero, como en las historias de ciencia ficción, nadie más que nosotros podía verla.
Es decir, cada uno sería consciente del tiempo que se le habría concedido vivir. ¿Qué haríamos?, con poco esfuerzo pienso en la gente que vive con un gran sentido del bien, incluso con ansia de santidad, como el jovencito Carlo Acutis, que el 10 de octubre acaba de ser beatificado en Asís, Italia, quien desde muy pequeñito entendió que lo más importante en esta vida era ser agradable a Dios en todos los aspectos.
Pero, inevitablemente, pienso también en los niños y jóvenes que se pierden al ser reclutados para cometer crímenes y que no han tenido la oportunidad de conocer a Dios ni de hacer el bien o recibirlo de parte de los demás, siempre envueltos en el horror y la sangre, en verdad mi mente se niega a creer el inaudito grado de perversidad de quienes los privan de su inocencia y los convierten en esclavos del mal. Que Dios se apiade de ellos. ¿Será que actuarían de la misma manera si supieran la fecha de su muerte? No lo sé.
Ahora bien, pienso que no es necesario tener una fecha, porque sabemos que, inexorablemente, a todos nos llegará esa hora. Por eso, debemos aprovechar al máximo para disfrutar más de nuestra familia, amigos y demás seres queridos, para prepararnos al encuentro con nuestro Creador, a quien deberemos rendirle cuentas, recordando que nos ha dado capacidades que no pueden quedarse enterradas porque Él “es duro y cosecha donde no sembró” (Mt 25,24), como dice la parábola de los talentos.
Y, a la par, aprender cada día a agradecer por la presencia de nuestros seres queridos; unos más pronto que otros se irán y nunca más podremos abrazarlos y decirles cuánto los amamos. No dejemos que el orgullo o los malentendidos nos separen, aprendamos a perdonar, a escuchar y a reconocer que, si ellos no son perfectos, nosotros tampoco lo somos.
Hace unos días leí el sentir de una jovencita que acababa de perder a su madre; mi alma se estremeció con cada una de sus palabras, tan colmadas de amor, ternura y agradecimiento, salidas de un corazón que no estaba preparado para la pérdida del ser más importante para ella, pero inundado de tanta fe, esperanza y conformidad con la voluntad de Dios, que lo único que pude sacar en conclusión fue que esa mujer había cumplido cabalmente con su misión, sin dejar pendientes, de la misma manera como lo expresó nuestro Señor Jesucristo en la cruz, antes de morir: “Todo está cumplido” (Jn 19, 30).
Quiera Él que, cuando sea el momento, estemos preparados para entregarle buenas cuentas, sin temor y seguros por haber dejado arreglados todos nuestros asuntos con Él y nuestros semejantes.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de octubre de 2020. No. 1319