Santo no es sólo el que ha sido canonizado, ni necesariamente el que realiza milagros en vida; de hecho, el Maligno, que todo lo imita, puede realizar prodigios a fin de confundir; por ejemplo, puede provocarle estigmas a una persona para que la gente crea que es santa, o proporcionarle poderes tales como clarividencia, lectura del pensamiento, aliviar el dolor imponiendo las manos, etc.; es decir, cosas muy parecidas a los carismas extraordinarios que a veces, no siempre, Dios concede a sus siervos los santos.
Así, para empezar, los verdaderos carismas que Dios da, por muy asombrosos que sean, no son en sí señales de santidad, sino dones que entrega para edificación de su Iglesia. Para ser santo se requieren otras cosas. Aquí se muestran algunas:
BUSCAR HACER LA VOLUNTAD DE DIOS
Jesús nos enseña a orar al Padre pidiéndole: “Hágase tu voluntad, como en el Cielo, así también en la Tierra” (Mt 6, 10).
La santidad es explicada por santa Teresa de Calcuta con estas sencillas palabras: “La santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con alegría”.
ACTUAR CON Y POR AMOR
Dice la Palabra de Dios: “Hagan todo sin murmuraciones ni discusiones, para que sean irreprochables” (Filipenses 2, 14-15)
Para hacer la voluntad de Dios con alegría es necesario amarla, aun cuando no sea cómoda o sea muy difícil llevarla a cabo; de otro modo todo se hace a regañadientes.
San Francisco de Sales decía: “La perfección cristiana consiste en amar a Dios de todo corazón”; y san Alfonso María de Ligorio: “Toda la santidad y perfección del alma consiste en amar a Jesucristo nuestro Dios”.
San Agustín llegó a hacer esta contundente afirmación: “Ama y haz lo que quieras”.
Esto significa que quien ama de verdad a Dios, no podrá hacer sino lo que le agrade. Es decir, será un santo.
TODO EMPIEZA CON UN “SÍ”
En las Escrituras se anuncia: “Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Romanos 10, 9). Esto, sin embargo, sólo es el primero y muy necesario paso para alcanzar la salvación y, por tanto, también la santidad, ya que otros versículos de la Biblia muestran que esto por sí solo no basta, sino que hacen falta otras acciones más; como dice Filipenses 2, 12: “Trabajen por su salvación con temor y temblor”.
Así lo dijo san Juan Pablo II: “La aventura de la santidad comienza con un ‘sí’ a Dios”.
CONSTANCIA NECESARIA
Éste es el llamado de Dios a través de san Pablo: “Manténganse firmes y constantes. Dedíquense a la obra del Señor en todo momento, conscientes de que con Él no será estéril su trabajo” (I Corintios 15, 58). Es que tratar de empezar el camino hacia la santidad es relativamente fácil; lo difícil es mantenerse en él.
“Comenzar es de todos, perseverar es de santos”, dice san Josemaría Escrivá.
ACEPTAR EL SUFRIMIENTO
Señala santa Rosa de Lima que, “aparte de la cruz, no hay otra escalera por la que podamos llegar al Cielo”.
La Biblia enseña: “El Señor corrige a quien Él ama, y castiga a aquel a quien recibe como hijo. Ustedes están sufriendo para su corrección: Dios los trata como a hijos. ¿Acaso hay algún hijo a quien su padre no corrija?” (Hebreos 12, 6-7). Y también: “Ustedes no han pasado por ninguna prueba que no sea humanamente soportable. Y pueden ustedes confiar en Dios, que no los dejará sufrir pruebas más duras de lo que pueden soportar. Por el contrario, cuando llegue la prueba, Dios les dará también la manera de salir de ella, para que puedan soportarla” (I Corintios 10, 13). Así, san Pío de Pietrelcina pudo decir:
“No temas por nada. Al contrario, considérate muy afortunado por haber sido hecho digno y partícipe de los dolores del Hombre-Dios”.
DESPEGUE DE LO MUNDANO
Cristo es muy claro cuando le habla a los suyos: “Ustedes no son del mundo, sino que Yo los elegí de en medio del mundo” (Juan 15, 19). Conforme se avanza en santidad, el alejamiento de las cosas mundanas se hace más y más patente, hasta que se pueda decir como lo hizo san Pablo: “Estimo todo como pérdida ante el bien supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por quien he perdido todo, y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a Cristo” (Filipenses 3, 8). Y también dijo: “Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia” (Filipenses 1, 21). A fin de cuentas, en palabras de san Pío de Pietrelcina, “la felicidad sólo se encuentra en el Cielo”.
TEMA DE LA SEMANA: LA ENSEÑANZA DE LOS SANTOS ES QUE LA FELICIDAD SÍ EXISTE
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de noviembre de 2020. No. 1321