Por Jaime Septién

Cuando una revista católica le preguntó al pensador francés Gustave Thibon (1903-2001) cuál era su palabra de amor preferida, éste contestó: “Ti voglio bene, Te quiero en italiano, porque significa Te deseo el bien”.

Completaba la respuesta diciendo: “Amar a otro es decirle: Tú no morirás. En cuanto al amor, me gusta la desmesura, ese lo he escogido todo de Santa Teresita del Niño Jesús. O esa frase de un campesino, vecino mío, sobre su mujer amada: Cuando la miro, ya no la veo”.

Finalmente, Thibon, un hombre que vivió toda su vida pegado al campo, a la tierra de sus ancestros, un católico que rehuyó honores y puestos públicos, reflexiona: “El amor humano es la sed del infinito aplicada a lo finito. Los grandes momentos del amor humano son de llamada, más que de plenitud”.

Esta Navidad, tan dura, tan llena de dificultades, el pequeño que nace en el pesebre nos invita –¿nos exige? – desearle el bien al otro; desear que el otro, el amado, no muera jamás. Escogerlo todo y mirarlo desde nuestra nada. Lo infinito inunda lo finito. Dios se hace hombre por amor al hombre. Su llamado es nuestra plenitud.

A ti, lector, amigo desde hace un cuarto de siglo de este periódico que hoy navega por aguas turbulentas, agarrado de la mano de Jesús, de su Corazón lleno de soberano amor, lo expreso todo diciendo: “Ti voglio bene”.

TEMA DE LA SEMANA: LA BELLEZA QUE SALVA AL MUNDO

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de diciembre de 2020. No. 1328

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