Dios decidió venir al mundo como un bebé, como un niño. Desde luego que podía haberlo hecho de otra manera, ya que es el Todopoderoso.
Por ejemplo, pudo aparecer ya sea verdaderamente encarnado pero en la edad adulta, o bien asumir sólo el aspecto de un hombre. De hecho no sería el primer caso: la Escritura presenta a Melquisedec, rey de Salem y sacerdote de Dios Altísimo, que tuvo un encuentro con Abraham y lo bendijo (ver Génesis 14, 17-20); de este misterioso personaje se explica en el Nuevo Testamento que “nada se sabe de su padre ni de su madre ni de sus antepasados; ni tampoco se habla de su nacimiento ni de su muerte” (Hebreos 7, 3). Se trata de un ángel, que en este caso fue enviado a presentarse entre los hombres con aspecto humano.
Pero con Cristo es distinto pues, siendo Dios, “no se apegó a su divinidad sino que se redujo a nada, tomando la condición de servidor, y llegó a ser semejante a los hombres. Más aún, al verlo, se comprobó que era hombre” (Filipenses 2, 6-7).
Comentan diversos teólogos que, aunque Jesús se encarnó como Niño en el seno de María, y nació y creció como los demás infantes, en Él hay como una eterna infancia porque vive en permanente pureza. Así es la infancia, y por eso revela el Señor:
“No desprecien a ninguno de estos pequeños. Pues les digo que en el Cielo los ángeles de ellos están mirando siempre el rostro de mi Padre celestial” (Mateo 18, 10).
ALGUNAS RAZONES PARA QUE DIOS SE HICIERA UN PEQUEÑO INFANTE
“Dios es tan grande que puede hacerse pequeño. Es tan poderoso que puede hacerse inerme y venir a nuestro encuentro como niño indefenso para que podamos amarlo. Es tan bueno que puede renunciar a su esplendor divino y descender (…) para que podamos encontrarlo” (Benedicto XVI, homilía de la Misa de la Natividad 2005).
“La señal de Dios es que Él se hace pequeño por nosotros. Éste es su modo de reinar. Él no viene con poderío y grandiosidad externas. Viene como niño inerme y necesitado de nuestra ayuda. No quiere abrumarnos con la fuerza. Nos evita el temor ante su grandeza. Pide nuestro amor: por eso se hace niño. No quiere de nosotros más que nuestro amor, a través del cual aprendemos espontáneamente a entrar en sus sentimientos, en su pensamiento y en su voluntad: aprendamos a vivir con Él y a practicar también con Él la humildad de la renuncia que es parte esencial del amor. Dios se ha hecho pequeño para que nosotros pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo” (Benedicto XVI, homilía de la Misa de la Natividad 2006).
“Dios viene sin armas, sin la fuerza, porque no pretende conquistar, por decir así, desde fuera, sino que quiere más bien ser acogido libremente por el hombre; Dios se hace Niño inerme para vencer la soberbia, la violencia, el afán de poseer del hombre (…). Su condición de Niño nos indica además cómo podemos encontrar a Dios y gozar de su presencia. A la luz de la Navidad podemos comprender las palabras de Jesús: ‘Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos’ (Mateo 18, 3). (…). Quien no acoge a Jesús con corazón de niño, no puede entrar en el reino de los cielos” (Benedicto XVI, audiencia general del 23 de diciembre de 2009).
TEMA DE LA SEMANA: LA INFANCIA ESPIRITUAL: EL CAMINO A JESÚS
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de noviembre de 2020. No. 1325