Por P. Fernando Pascual
Dice el refrán que no hay mal que por bien no venga. El problema surge cuando ocurren males y no conseguimos ver qué bienes podrán surgir de ellos.
Una enfermedad bloquea nuestros planes para el verano, provoca una extraña cojera, deja un cansancio general que no termina. ¿Y lo bueno?
Un problema en el lugar de trabajo lleva a muchos despidos. Un día también el despido llama a nuestra puerta. De verdad, ¿traerá algo bueno en estos momentos de crisis?
Malos amigos llevan a un adolescente a iniciarse en el mundo de la droga. Pasan los meses, y los padres ya están desesperados. Aquí es, realmente, muy difícil descubrir qué bien se pueda obtener.
La lista de males que nos agobian es enorme. En ella no podemos olvidar esos males personales que surgen cuando desperdiciamos nuestro tiempo, nuestra mente, nuestra voluntad, y escogemos lo que ofende a Dios y a los otros: cuando pecamos.
Sí: es un problema serio constatar tantos males y no comprender, ni de cerca ni de lejos, que pueda surgir algo bueno de los mismos.
San Pablo, sin embargo, se dio cuenta de que ante ese abismo de mal que es el pecado empezó a germinar algo bueno: la gracia, la misericordia, el perdón.
“La ley, en verdad, intervino para que abundara el delito; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia; así, lo mismo que el pecado reinó en la muerte, así también reinaría la gracia en virtud de la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor” (Rm 5,20‑21).
Por eso, en la Vigilia Pascual, se canta, en ocasiones con un nudo en la voz, “feliz la culpa que mereció tal Redentor”.
Entonces, ¿el mal ya ha sido vencido? ¿Fue necesario tanto dolor para que se manifestase el Amor de Dios? Es conocida la famosa protesta de uno de sus personajes, Iván, en “Los hermanos Karamasov” de Dostoyevski: si el billete de entrada a la vida es el sufrimiento de los niños, devuelvo el billete…
Pero el billete no puede ser devuelto: seguimos vivos, los niños, los adultos y los ancianos siguen sufriendo. Y la pregunta no deja de estar ante nosotros: ¿habrá algún bien que surja de todo esto?
Ha habido y hay respuestas. A veces quisiéramos que alguna fuera la definitiva. Pero otras veces quedamos descontentos, como si los dramas que vemos en otros o que llegan a nuestras propias vidas nos ahogasen poco a poco.
Entonces, podemos volver a mirar a quien, siendo Dios, se desvistió de su condición divina y quiso ser semejante en todo a nosotros, menos en el pecado (cf. Hb 4,15).
A Cristo, Hijo del Padre e Hijo de la Virgen María, podemos preguntarle: Señor, ¿por qué tanto dolor, por qué tantas veces tomamos un cáliz que dura siglos y que genera tantas lágrimas? ¿Por qué los niños, los justos, los enfermos, sufren?
Cuando no veamos lo bueno que surgirá de lo que ahora ocurre, podemos mirar al Calvario. Allí el pecado y la muerte llegaron a un límite casi insoportable. Allí también ese pecado y esa muerte fueron vencidos, porque, como prometió el Maestro, al tercer día llegó la Pascua…