Manuel Eduardo Alvarado Salinas, joven dominico de Valencia, España, estuvo muy grave, hospitalizado. Pero se recuperó. “Lo logramos con Dios, con oraciones, con los médicos, con los sanitarios que estuvieron cerca”. “Tuve, tengo y tendré la certeza de que Dios estuvo allí, de que Dios me estuvo acompañando”.

Teresa Robles, española, esposa y madre de 7 hijos (el más pequeño de 8 años y con síndrome de down), enfermó y tuvo que ser hospitalizada. “Cuando te ingresan lo más duro es la soledad. Estaba en una habitación sola. Nadie me consolaba, ni me tocaba, ni me daba conversación. Lo primero que me dijeron es que intentarían pasar lo menos posible para evitar contagios”. Pero “la soledad tiene algo bueno: no tienes más remedio que pensar. Y con la vida tan rápida que llevamos es muy difícil. Llevaba tiempo pidiéndole a Dios que parara el mundo, que yo … necesitaba ese tiempo. Nunca pensé que se lo tomaría de manera literal”. Teresa empeoró aún más y envió un mensaje a su esposo para que rezara e hiciera rezar, y mucha gente intercedió por ella. Y las enfermeras le pegaron en la puerta una hoja que decía: “Ánimo, no está sola”. Entonces “me vino una frase de manera muy potente: ‘No estoy sola, soy hija de Dios’. Esa fuerza, me trasladó a los brazos de Jesús…. Sentí el amor de Dios como jamás lo había experimentado… Ya no me importaba morir, no sentía miedo. No quería pero no tenía miedo”. Teresa se recuperó, y ahora reza mucho, pues “pensé que si esto ha sucedido por la cantidad de gente que ha rezado por mí, a mí me toca rezar por todos los que están sufriendo”.

Carla Vilallonga, de la Universidad Francisco de Vitoria, en Madrid, fue hospitalizada por covid. Ahí “tuve la suerte de que me pusieran en la habitación con una mujer que es cristiana también. Rezamos juntas todos los días, tanto la Liturgia de las Horas como el Rosario. Y le pedíamos al Señor por las personas a las que habíamos contagiado”. En especial vivió “tres días muy especiales: aquellos en que, a través del cristal de la puerta, un sacerdote nos visitó. No le conocíamos de nada, y ahí estaba, con un corazón sencillo, disponible, deseoso de servir de instrumento entre Dios y sus fieles. Uno de esos días cayó en domingo, y cuál fue nuestra alegría cuando nos dijo que sí, que nos podía dar la Comunión, e incluso confesarnos antes”. Ante toda esta experiencia, dice Carla: “No puede ser que mi felicidad, mi plenitud, dependa de que yo esté sana”. Enviada a su casa a terminar su recuperación, finalmente “pude comprender, o recordar –como quien sabía algo que olvidó hace tiempo– que la muerte significa un paso de esta vida a la vida verdadera, donde Jesús nos está esperando… Si uno lo piensa en serio, ¿qué mayor gozo podrá encontrar una criatura, por sí misma finita, que el de unirse definitivamente a su Creador, que es quien nos vuelve infinitos?”.

La Hermana Irene Ogutu, de Kenia, vivió la pérdida de su madre y, días después, uno de sus amigos que asistió al funeral dio positivo en la prueba de covid, por lo que la religiosa debió ponerse en cuarentena, aislada de sus hermanas de congregación. Ella cuenta: “Sólo iba de puntillas cuando la gente estaba dormida para ir a visitar a nuestro Señor en el Santísimo Sacramento”. Y, “durante una de estas visitas, una voz me habló: ‘¿Por qué estás tan triste? Disfruta el momento, es mi momento contigo. Paso la mayor parte de mi tiempo aislado en el Tabernáculo con pocas visitas en algunas iglesias. Me gustaría pasar más tiempo contigo’. A partir de ese momento empecé a apagar mi teléfono para tener más tiempo de oración. Me he acercado a Dios más que nunca”.

TEMA DE LA SEMANA: «UNA SOCIEDAD ES TANTO MÁS HUMANA EN CUANTO MÁS CUIDA LA FRAGILIDAD»

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 31 de enero de 2021 No. 1334

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