Por P. Fernando Pascual

Ser misioneros, transmitir el Evangelio, solo es posible desde una íntima y concreta unión con Dios.

Sin esa unión, podemos caer en el activismo, o en una visión horizontalista en la que suponemos que bastan nuestras fuerzas para edificar el Reino.

En realidad, el Reino de Dios es un don, que no podemos alcanzar con las energías humanas. El don se recibe, se acoge, se custodia, se comunica gratuitamente.

Por eso necesitamos recordar que si el Señor no construye la casa en vano se esfuerzan los albañiles (cf. Sal 127,1).

Cristo mismo recordó que sin Él no podemos hacer nada, porque el sarmiento puede dar fruto únicamente si está unido a la vid (cf. Jn 15).

San Juan de la Cruz explica a aquellos que son “muy activos”, que más logran con la oración que con esfuerzos sin orar. Estas son sus palabras:

“Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que de sí daría         n, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración, aunque no hubiesen llegado a tan alta como ésta. Cierto, entonces harían más y con menos trabajo con una obra que con mil, mereciéndolo su oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ella; porque de otra manera todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a envanecer la sal (Mt 5,13), que, aunque más parezca que hace algo por de fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las obras buenas no se pueden hacer sino en virtud de Dios” (San Juan de la Cruz, “Cántico espiritual” (redacción B), anotaciones a la canción 29, n. 3).

Llevar el Evangelio desde Dios, colaborar en la llegada del Reino, es posible desde una oración que genera esperanza y que nos dispone a recibir el don del Padre.

Lo explicaba bellamente Benedicto XVI en su encíclica sobre la esperanza:

“Solo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar. Ciertamente, no podemos construir el reino de Dios con nuestras fuerzas, lo que construimos es siempre reino del hombre con todos los límites propios de la naturaleza humana. El reino de Dios es un don, y precisamente por eso es grande y hermoso, y constituye la respuesta a la esperanza” (Benedicto XVI, “Spe salvi”, n. 35).

Al abrirnos a Dios en la oración, al apoyarnos en la esperanza, al ser transformados por la caridad, nos convertimos en siervos inútiles pero disponibles (cf. Lc 17,10).

Entonces el Reino avanza, el Evangelio se difunde, y muchos corazones pueden descubrir la gran verdad: Cristo es el Salvador y Mesías que anhelan todos los hombres.

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