Por P. Fernando Pascual
Los bautizados tenemos la posibilidad de vivir una vida en Dios, en la que todo tenga su inicio en Él, y todo nos conduzca hacia Él.
En una bella oración conclusiva de las laudes (lunes de la primera semana del tiempo ordinario, o jueves después del Miércoles de ceniza) pedimos precisamente esa gracia:
“Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en ti, como en su fuente, y tienda siempre a ti, como a su fin”.
Si hacemos nuestra esta plegaria al levantarnos, abriremos el corazón para que Dios inspire nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras inclinaciones.
Luego, tomaremos las decisiones conscientes de que solo vale la pena lo que hacemos inspirados y sostenidos por Dios, siempre que nos mantengamos orientados para amarle a Él y a nuestros hermanos.
Saludar a los familiares, tomar el desayuno, ir al trabajo, prestar atención a quien nos habla, responder las peticiones de otros: todo puede ser realizado de modo correcto si recordamos nuestro inicio y nuestro fin: Dios.
Habrá momentos de cansancio, tentaciones, dudas, incluso pecados. Con la ayuda de la gracia, podremos encontrar la luz y las fuerzas para reorientar nuestros pasos de forma que sigamos en el buen camino.
Sabemos que ese camino es Cristo mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6).
Cuando caminamos con Cristo, cuando seguimos sus huellas, cuando escuchamos sus palabras, nuestra vida queda divinizada: se convierte en una vida desde Dios y para Dios.
Hoy te lo pido, Padre, en nombre de tu Hijo Jesucristo y bajo la fuerza del Espíritu Santo, que todo mi “trabajo comience en ti, como en su fuente, y tienda siempre a ti, como a su fin”. Amén.