Por P. Fernando Pascual
En algunos temas distinguimos con facilidad entre lo bueno y lo malo. En otros temas, en cambio, resulta sumamente difícil hacerlo, sea para las personas, sea para las sociedades, sea para las leyes.
Es fácil declarar malo un crimen y buena la defensa de la vida de los inocentes. Es difícil reconocer si sea bueno o malo el pago de este impuesto o la justicia de esta nueva ley laboral.
A lo largo de los siglos, se han elaborado teorías y métodos para ayudar a distinguir entre lo bueno y lo malo. En nuestro tiempo, siguen las discusiones entre moralistas, sociólogos, educadores y políticos, a la hora de separar del modo más claro posible estas dos alternativas estudiadas por la ética.
¿Qué hacer ante la diversidad de opiniones? ¿Cómo afrontar, en concreto, mi respuesta personal ante la pregunta de si sea o no sea bueno ver tanta televisión o dedicar más tiempo a los mensajes del grupo familiar?
Leemos libros, buscamos consejos, dialogamos entre amigos y conocidos, analizamos teorías. La búsqueda de ayuda para distinguir entre lo bueno y lo malo es algo necesario, aunque al final la respuesta tiene que encontrarla cada uno.
Es obvio que algunas teorías sobre el tema son mejores (buenas) y otras peores (malas). Basta con pensar en los crímenes que se han cometido cuando algunos declararon bueno todo aquello que fuera útil para el triunfo de la revolución, o del partido, o de la raza.
Otras teorías pueden tener elementos valiosos, pero les falta una adecuada fundamentación. Por ejemplo, quienes defienden que lo bueno se descubre desde la propia sensibilidad intuyen que en muchos corazones existe un fondo ético, pero por desgracia no todos sienten lo mismo en temas importantes.
Por eso, una continua búsqueda y reflexión en la búsqueda de caminos correctos para distinguir entre lo bueno y lo malo, se hace necesaria y requiere la ayuda de todos aquellos que, con buena (siempre aparece esa palabra) voluntad y con válidos razonamientos nos permitan superar las dudas e incertidumbres en este tema.