3er Domingo de Cuaresma (Jn 2,13-25)
7 de Marzo de 2021
Por P. AntonioEscobedo c.m.
La Pascua era la más santa de las fiestas. Una multitud de entre cincuenta mil y doscientas mil personas subían a Jerusalén en peregrinación. El pueblo subía en dos sentidos: primero, Jerusalén está en la montaña, así que literalmente la gente subía para llegar ahí; segundo, se trataba de la ciudad santa, así que la peregrinación tenía el sentido teológico de subir a la presencia de Dios.
Tal como narra el evangelio de hoy, en el Templo, Jesús encontró vendedores de animales y cambistas de dinero. Tal comercio era necesario porque la gente que venía de fuera no podía traer sus propios animales. Además, para el sacrificio solamente eran aceptables animales de primera calidad, sin mancha. Sin lugar a dudas sería muy difícil mantener un animal en perfectas condiciones incluso si el viaje era de una de las ciudades cercanas. No se diga si el viaje lo realizaban peregrinos que venían desde Roma, Egipto o de otros lugares lejanos.
Con tal cantidad de peregrinos en la ciudad parece que habría cientos, tal vez miles, de ovejas y ganado esperando a ser sacrificados en el Templo; aunque la gente pobre, que era la mayoría, solamente sacrificaría palomas. Los vendedores seguramente estaban localizados en el patio de los gentiles, el recinto más alejado del Templo. La gente se sentía mal por el innecesario amontonamiento y el mal olor en los patios. Lo que viene a la mente es una atmósfera como la de un mercado callejero con cientos de vendedores, excepto que ellos estarían alimentando, acicalando y limpiando las heces de los animales en vez de servir refrescos y comida. El ruido y el olor serían espantosos. Debemos reconocer que el sistema de sacrificios, tal como se prescribe en la Torá, es un asunto sangriento, sucio, y maloliente, pero la presencia de estos vendedores en el templo aumenta la incomodidad añadiendo un amontonamiento y énfasis comercial. Seguramente, más de una persona se habrá alegrado de ver que con las acciones de Jesús el templo recobraba su dignidad. ¿Será que por eso nadie hace ningún movimiento para detenerlo?
Con un azote de cuerdas, Jesús saca a los animales del templo. Que una sola persona arreaba miles de ovejas y ganado fuera de los patios del templo no solamente era un acto atrevido, sino un milagro de fuerza y potestad. Jesús voltea las mesas de los cambistas, y manda a los vendedores de palomas que las quitaran de ahí. Imaginen lo enojado que se habrán puesto los mercaderes; imaginen también la cara de Caifás al ver que su autoridad era desafiada tan directamente; imaginen, por último, el rostro de Jesús que no se amedrentaba ante las amenazas.
En el evangelio, Jesús critica la presencia de los vendedores en “la casa de mi Padre”. Es hermoso ver que el Templo ahora es llamado Casa. Observemos que el Señor no sólo ha purificado el exterior del templo, también el interior tiene una nueva faceta: el templo deja de ser un lugar donde la gente se reúne para adorar a Dios para convertirse en una habitación donde hombres y mujeres van a encontrarse con el Dios de Israel a quien Jesús llama “mi Padre”.
Durante la cuaresma estamos preparándonos para la celebración de la Pascua. Por lo tanto, se nos invita a centrar nuestra vida en el Cristo Pascual con una vida más exigente en su seguimiento. ¿Qué cosas necesita Jesús purificar de nuestra vida?
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de febrero de 2021 No. 1338