3er Domingo de Pascua
Por P. Antonio Escobedo C.M.
La resurrección de Jesús sigue siendo una Buena Noticia por excelencia. Es la que anuncia Pedro en su discurso ante el pueblo: “mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó entre los muertos”. También es el centro de la catequesis que el mismo Jesús brinda a los apóstoles sobre el misterio de su entrega Pascual: “así estaba escrito, el Mesías padecerá y resucitará al tercer día”.
Continúa la Pascua. Sigue el sirio encendido y las flores y los cantos y los aleluyas. El pueblo cristiano se siente renovado y rejuvenecido en el espíritu con la alegría de haber recobrado la adopción filial. Renovado con los sacramentos de vida eterna, exultante de gozo porque la resurrección del Hijo nos da motivo para tanta alegría. Pues, la celebración de la Pascua, para los cristianos, es vivir en la luz, en el amor, en la verdad. Por ello, un creyente puede decir con el salmo: “en paz me acuesto y enseguida me duermo, porque tu solo, Señor, me haces vivir tranquilo”.
En el evangelio de este domingo escuchamos la primera aparición del resucitado al grupo de sus discípulos. La reacción de estos es de susto, de miedo, de incredulidad: creían ver un fantasma. Jesús les asegura que no es un fantasma, y les muestra sus manos y sus pies con las llagas de la pasión todavía visibles: “Soy yo en persona… Un fantasma no tiene carne ni huesos como ven que tengo yo”. Para más demostración, pide algo de comer, y le ofrecen un trozo de pescado, que come delante de ellos. Después, les da una catequesis como la que había hecho a los discípulos en el camino de Emaús. Les abre el entendimiento para comprender las escrituras: lo que habían anunciado de Él Moisés y los profetas y los salmos se está cumpliendo en plenitud.
A los discípulos les cambió la duda y el miedo en una inmensa alegría, aunque no acababan de creer que fuera verdad la presencia del resucitado. ¿Y nosotros? Todavía nos quedan cinco semanas de Pascua, ¿estamos progresando en esa actitud de alegría interior, de paz, de confianza? ¿Nos creemos la buena noticia de la vida de Jesús y su presencia entre nosotros? ¿Estamos todavía en “el viaje de ida” de los discípulos de Emaús, o ya vamos en el de vuelta? ¿Vivimos todavía en el susto y la tristeza de los apóstoles encerrados o, más bien, en la luz y la alegría?
La experiencia del encuentro con el resucitado, sobre todo en la Eucaristía, nos lleva a cambiar algo en nuestras vidas, como sucedió con los dos discípulos de Emaús o con los demás apóstoles. La resurrección nos envía claramente a una misión, a dar testimonio de nuestra fe en la vida. Por difíciles que sean estos tiempos, y por fuertes que se nos presenten los interrogantes y los motivos de duda, en esta Pascua necesitamos dejarnos contagiar de la vida del resucitado, imitar el ejemplo de aquella primera comunidad, que tampoco vivió tiempos precisamente fáciles. Por grandes que sean las dificultades y por hostil o indiferente que nos parezca el ambiente social, si estamos llenos de la Pascua del Señor, convencidos de la fe en Él y movidos por su Espíritu, se notará en las palabras y en los hechos cuál es nuestra verdadera motivación. ¿Nos mantendremos firmes en la fe, independientemente de la moda o de las corrientes ideológicas o de los intereses humanos o de nuestras cobardías y miedos?
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de abril de 2021 No. 1344