Por Arturo Zárate Ruiz

Se acerca Pentecostés, y escucharemos entonces el relato, en Hechos, sobre la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, y sobre cómo algunas personas se burlaban de ellos por hablar lenguas. “Han tomado demasiado vino”, decían.

Hoy, he de confesarlo, algunos católicos “normales” lo pensamos así tras ver a algún carismático como en trance. Pero no nos salvamos nosotros de que se nos acuse también de borrachos, simplemente por nuestras creencias. Para no pocas personas, estas creencias son tan “absurdas” que quienes las abrazamos lo hacemos muy seguramente tras fumar marihuana.

¿Qué es eso, dicen, de que adoremos a un Crucificado? San Pablo notó que hacerlo era un “escándalo para los judíos, locura para los paganos”. ¿Qué es eso, añadirían, que Dios se ofrende, muera y salve, ya no digamos a los buenos, sino a los pecadores?; ¿y como pueden hablar de un Creador bueno cuando abunda el mal, el sufrimiento, incluso entre niñitos inocentes que se arrastran sin piernas?; ¿que un bebé esté manchado ya por el pecado?, ¡órale!; ¿cómo pueden decir que Dios es Dios en una galletita?, y que Dios existe, “¿dónde está?, ¡no lo veo!” “La gente razonable”, apostillan, “requiere de evidencia, esto es, los pelos de la burra en la mano”. Ciertamente exclaman “¡es el colmo!” cuando afirmamos la infalibilidad papal, más aún cuando no pocos papas, he allí Alejandro VI, escandalizaron por su mala conducta, o, sin mala conducta, repiten una y otra vez que muchas cosas “sabrosas”, aun murmurar del vecino, son pecado.

Podemos, sin embargo, comparar estos “absurdos” con los absurdos reales de muchos que niegan a Dios. No pocos —debe felicitárseles por ello— son campeones de la justicia y paladines de la indignación frente a los atropellos. Sin embargo, ¿qué es el bien si no hay un orden eterno prescrito por un Eterno? Hay quienes de manera sensata defienden a las viudas y huérfanos de los despojos. Pero los hay también quienes protegen las amibas de las medicinas pues no son ellas la enfermedad o el virus que se debe exterminar, sino nosotros los humanos. ¿Quién dice la verdad?

Responden: “¿y qué es la verdad?”, sin admitir ellos, por supuesto, ser otros Pilatos, sino más bien, nuevos gnósticos, gente más inteligente que tú, que yo, y el común de las personas. Eso sí, aunque proclamen una y otra vez “sólo sé que no se nada”, sobrepujan en certidumbres y furia si se les cobran cinco centavos más en una compra.

Pero vuelven al “no hay verdades”, y muchos de ellos, como el griego Callicles, ni se preguntan qué es la justicia, sino se preocupan más bien por “disfrutar de la vida”: “la molicie, la intemperancia, el desenfreno, cuando nada les falta, es la virtud, es la felicidad”, aunque para conseguirlos, de poder salirte con la tuya, aplastes al débil y a muchos desvalidos, pues los días son cortos y se acaban, y debes aprovecharlos para tu gozo, sin preocupaciones sobre tus prójimos, y menos aun de un más allá o un Dios justiciero, que “no los hay”, dicen, tal vez con el único recelo, según advirtió Platón, de que los placeres nunca llenan, como ocurre con el rascarse del catamita, y además cambian de agradables a desagradables de un momento a otro. Todo se reduciría a un sin sentido, lo reconoció el ateo Jean-Paul Sartre en El ser y la nada.

Los “absurdos” cristianos, sin embargo, no lo son. Aunque la razón no baste para afirmar la fe, la fe no es contraria a lo razón, por ejemplo, se puede medio comprender el misterio del mal, no como una consecuencia de un Dios imperfecto, que no lo es, sino de un Dios que nos hizo hermosos y libres (un bien en sí excelso), pero, por libres, con la capacidad de preferir nuestra hermosura en vez de a Él, bien supremo, como lo hicieron Satanás y Adán en el principio.

No soy yo quien pueda explicar ahora todos los “absurdos” cristianos. Un sacerdote bien instruido puede ayudarnos a aclarar muchos malentendidos. Entonces, bien informados, podemos cumplir con la recomendación de san Pedro sobre dar razón de nuestra esperanza. Es más, el Espíritu Santo no deja de asistirnos. Nos empuja Él a defender a la viuda y al huérfano de los malhechores, y nos empuja además, no a proteger las amibas, sino a curar a nuestro hijo de sufrirlas.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 25 de abril de 2021 No. 1346

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