Por P. Fernando Pascual
El gran desarrollo de la tecnología humana permite construir aparatos cada vez más sofisticados, sobre todo en el mundo de la electrónica, la informática y la robótica.
La literatura (por ejemplo, con las novelas de Asimov), el cine, y otros ámbitos, afrontan temas y preguntas sobre lo que llegará a ser la inteligencia artificial, y sobre sus semejanzas o diferencias respecto de los seres humanos.
Entre los diferentes aspectos a considerar, hay dos de especial interés. El primero se refiere a la posibilidad de crear una auténtica “inteligencia artificial”. El segundo, a cómo compararla con el pensamiento y la voluntad del hombre.
Sobre la inteligencia artificial, es obvio que algunas computadoras pueden realizar operaciones con una perfección y velocidad imposibles para los seres humanos.
Esas operaciones, sin embargo, son posibles gracias a programas elaborados por los técnicos. En otras palabras, un robot o una computadora realizan actividades que dependen de sus respectivos programas.
Algunos aparatos más sofisticados pueden “autoprogramarse”, o modificar los propios programas. Esas operaciones, sin embargo, también son posibles precisamente porque el programador las ha creado.
Entonces, como han señalado algunos autores, la expresión “inteligencia artificial” no sería correcta puesto que los aparatos mejor elaborados no piensan ni llegan a tener una conciencia auténtica, si bien sus actividades complementan, incluso superan, lo que sea posible para los humanos.
Con esta respuesta se puede afrontar la segunda pregunta. Una computadora o un robot, por más perfecto y completo que sea, no es capaz ni de pensar ni de escoger como los hombres.
El motivo es sencillo: el ser humano no es producto de un programa, ni depende en todo de lo que se le haya impuesto en su cerebro o en otros órganos. El ser humano tiene una capacidad de autorreflexión y de autocontrol que va mucho más allá de las mejores prestaciones de un aparato electrónico.
Existe, desde luego, la pregunta, incluso la idea aceptada por algunos, de que algún día la tecnología construirá máquinas que tengan verdadera inteligencia y voluntad libre.
Tal idea llevaría a un sinfín de absurdos, empezando por el hecho de que una máquina así ya no podría ser controlada por nadie, como tampoco ningún ser humano (inteligente y libre) debería ser controlado por otros.
El mundo, ciertamente, ha logrado y logrará enormes progresos en el mundo digitalizado y en la invención de aparatos sumamente complejos. Pero ese mundo necesita reconocer que lo más importante será siempre trabajar por defender y ayudar a todo ser humano en su desarrollo pleno.
Ese desarrollo permitirá un buen ejercicio de su inteligencia, orientada a la búsqueda de la verdad, y una sana orientación de su voluntad, que llega a su plenitud cuando alcanza el bien.
Todo ello muestra la enorme superioridad de cada persona respecto de las mejores computadoras, al mismo tiempo que desvela la gran responsabilidad que todos tenemos a la hora de orientar nuestras vidas para alejarnos del mal y promover el bien verdadero.