Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. Así la morenita del Tepeyac nos encamina a la felicidad. Ella, que llamó a Juan Dieguito para ser su mensajero de paz, nos llama a cada uno a construir la paz.
“El hábito no hace al monje”, reza un dicho popular. La investidura presidencial no es un regalo ni tampoco es un premio de la lotería. Es una altísima responsabilidad que si no se asume no favorece a los ciudadanos.
Una responsabilidad que requiere amor por el pueblo. El amor de la morenita del Tepeyac es sacrificial. Ella nos mostró el camino de su Hijo: Jesús. Y pide a México un amor que se sobreponga a todo odio, rencor, racismo…
Por eso, tenemos que corresponderle con un voto razonado, desde su Corazón de madre; un voto el 6 de junio que ayude al presidente a ejercer su condición de estado sin caer en la tentación del poder absoluto.