Por P. Antonio Escobedo C.M.

Después de cinco semanas de Pascua y cuando todavía nos faltan dos más para Pentecostés, necesitamos asegurarnos de que no decaiga ni el tono ni el ritmo de la fiesta. Todavía es tiempo de continuar celebrando con fervor estos días de alegría en honor a Cristo Resucitado. Siete semanas son un período que puede parecer algo largo para una fiesta, pero la Pascua, que es el corazón de todo el año cristiano, es tan importante que vale la pena que la celebremos con esa intensidad.

En las tres lecturas del día de hoy aparece un mensaje insistente: el amor. El amor que nos tiene Dios. El amor que nos ha manifestado en Cristo Jesús. El amor que hemos de tenernos los unos con los otros. Y, además, un amor universal, sin fronteras.

El pasaje del Evangelio, pronunciado por Jesús durante la Última Cena, es continuación del que leímos el domingo pasado. El tema de hoy vuelve hacer el del amor. En la carta de Juan que hemos leído aparece nueve veces la palabra amor; en el pasaje evangélico vuelve a aparecer otras nueve veces. Esto no es habitual en la Biblia. Tal repetición, lejos de ser monótona, parece una melodía rítmica que deleita nuestra alma.

Se nota que estamos celebrando bien la Pascua cuando vamos entrando en el estilo de actuar de Jesús. Según las lecturas de hoy, se tiene que ver en nuestra vida que hay más amor. La palabra amor está muy desgastada en nuestra sociedad. Todo mundo habla de él. De hecho, es muy fácil hablar, decir palabras bellas y hasta poesías inspiradoras. Nosotros que seguimos al resucitado necesitamos poner atención para evitar ese peligro y seguir la lógica del amor tal como nos la presenta Jesús:

Ante todo, el amor cristiano tiene su origen en Dios. Más aún, el evangelista se atreve a definir a Dios de una manera valiente y concisa: Dios es amor. La iniciativa la tiene Él y su amor es totalmente gratuito. Es bueno que recordemos que nuestro amor no nace de nuestro buen corazón, sino que es como una chispa del amor que nos comunica Dios: “el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios”.

 

El Hijo, Jesús, nos ha amado con el mismo amor con que a Él le ama el padre: “como el padre me ha amado, así los he amado yo”. Este amor que nos tiene Cristo es gratuito, anterior al que nosotros le podamos tener: “no son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido”.

Un examen para darnos una idea de qué tanto estamos asimilando la Pascua del Señor es medir con sinceridad cuánto ha ido creciendo en nosotros el amor. Recordemos que la motivación más profunda de ese amor no es nuestro buen corazón, sino la fe: el que se siente amado por Dios y por Jesús, está más dispuesto amar. ¿Amamos de verdad? ¿Nos amamos y respetamos a nosotros mismos? ¿Somos capaces de entregarnos por los demás o termina nuestro amor apenas se pierde el interés o empieza el sacrificio?

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