Por P. Fernando Pascual
La palabra decadencia alude a la pérdida de una situación, normalmente vista como buena, mientras se produce el paso a una situación diferente, considerada como peor.
Así, se habla de la decadencia del Imperio romano, de la decadencia de los mayas, de la decadencia de Occidente, de la decadencia del mundo soviético.
También se puede hablar de decadencia en ámbitos más reducidos, como la decadencia que ocurre en algunos matrimonios, que iniciaron con un amor vivo y alegre, y terminaron en un divorcio en ocasiones teñido de tristeza.
Hablar de decadencia supone considerar un punto inicial, visto como “mejor”, y un resultado de un proceso de cambios, visto como “peor”.
No siempre es claro determinar por qué se considera mejor o peor un momento concreto del proceso histórico de una realidad humana. Incluso habrá quienes piensen que el Imperio romano “mejoró” en ese proceso que ha sido llamado como “decadencia”.
Más allá de las dificultades a la hora de aplicar las nociones de bien y de mal a los procesos humanos, tiene sentido hablar de decadencia como la posibilidad, que afecta a las personas y a los grupos, de perder aspectos buenos y de adquirir otros negativos.
Las causas de las decadencias pueden ser diferentes. A veces se inician con pequeños cambios legales que luego provocan graves tensiones sociales. Otras veces la decadencia surge desde acontecimientos imprevisibles, como un terremoto o una epidemia.
Frente a la posibilidad ineliminable de que inicie una decadencia, los seres humanos buscan medios concretos para mantener lo que consideran como positivo y para evitar el surgimiento de factores que provocan daños.
Esos medios, desde luego, tienen que ser éticamente buenos y respetuosos de la libertad humana bien entendida, lo cual implica que nunca será posible “congelar” una sociedad con la excusa de que así no iniciaría en la misma un proceso de decadencia.
El mundo humano, en su ineliminable temporalidad, no puede escapar al desgaste continuo que decisiones equivocadas pueden provocar a corto o largo plazo.
Constatar esto no implica cruzarse de brazos: siempre será loable todo esfuerzo sereno y continuo hacia el bien, que implica alejar los peligros, al mismo tiempo que promueve cambios y mejoras que ayuden a las personas y a las sociedades a alcanzar buenos niveles de convivencia y de justicia.