Un hombre que se autoidentifica como Mike Yeadon, ex-trabajador de Pfizer, comenta en una entrevista en el podcast The Delingpod, que siempre le ha parecido “una coincidencia asombrosa” que no existiera una vacuna contra el coronavirus y que “de repente, tengamos tres más o menos similares, y todas en cuestión de pocas semanas”.
“De repente tenemos tres [vacunas] más o menos similares, y todas en cuestión de pocas semanas”
Se trata de una aseveración ENGAÑOSA, porque si bien es cierto que las tres primeras vacunas (Pfizer, Moderna y AstraZeneca) fueron aprobadas casi simultáneamente entre diciembre y enero, el número de fármacos autorizados desde entonces no ha parado de crecer: en abril ya contamos con más de una decena autorizados por las agencias reguladoras. Por otro lado, aún sigue habiendo alrededor de 70 inmersas en ensayos clínicos, y hasta 30 en fase inicial. O sea, es una información engañosa porque tres se aprobaron más o menos a la vez, pero la mayoría no han tenido la misma suerte.
Además, que las tres primeras hayan sido aprobadas tan rápido no ha sido fruto del azar ni de la casualidad, sino que son el resultado de años de estudios. Por ejemplo, las que emplean ARN mensajero se han estado estudiando “alrededor de una década”, tal y como indica el portal de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y que de hecho esta tecnología se ha empleado ya en el desarrollo de vacunas contra “el virus del Zika, la rabia y la gripe”.
Décadas de trabajo
De hecho, los primeros ensayos clínicos en los que se plantea la inoculación de ARN mensajero como una alternativa prometedora a las vacunas tradicionales datan del 1990, cuando se inyectaron genes de ARNm en ratones y cuyos resultados, publicados en la revista Science, indicaron un incremento de la producción de proteínas. Sin embargo, no ha sido hasta esta última década cuando se han invertido realmente más recursos en el desarrollo del ARNm como herramienta terapéutica.
“Detrás de estas vacunas hay un trabajo de varias décadas que permitió que se desarrollaran tan rápido”, señala Adelaida Sarukhan, inmunóloga y redactora científica de ISGlobal. “Gracias a los estudios con el SARS y el MERS, se sabía que la proteína Spike era el antígeno de elección para las vacunas, y que una sustitución de dos aminoácidos en su secuencia la hacían todavía más estable”. De hecho, esta versión súper estable la usan las vacunas de Moderna, Pfizer, Novavax y J&J.
En cuanto al asunto de que se hayan aprobado varias vacunas “prácticamente a la vez”, como indica Yeadon, la razón está en la aceleración de las diferentes fases de los ensayos clínicos. Tradicionalmente el desarrollo de una vacuna tarda 10 años, pero con la emergencia que ha supuesto la covid-19, ese proceso se ha reducido de diversas maneras.
Solapación de fases
Por ejemplo, las diferentes fases de los ensayos clínicos no se llevaron a cabo una a una como de costumbre —primero fase I, luego fase II, luego fase III…—, sino que se solaparon unas con otras para ganar tiempo; en aquellos casos en los que los resultados fueron satisfactorios, se pudo ir aprobando la distribución de la vacuna en la población. Junto a esto hay que tener en cuenta las ingentes cantidades de inversión tanto pública como privada que han hecho posible que las empresas farmacéuticas contaran con recursos suficientes en poco tiempo para llevar a cabo los ensayos clínicos.
Además, tal y como Sarukhan recuerda, “no es de extrañar que las primeras dos vacunas que se aprobaron lo hiciesen casi al mismo tiempo (Pfizer y Moderna)”, ya que “ambas utilizan la misma tecnología (ARNm) y son las más rápidas de producir una vez que se tiene la secuencia del virus y se sabe cuál es la proteína que se quiere usar como antígeno”. En este caso, concluye, “ya se sabía que era la proteína Spike”.