Las elecciones son un paso a la democracia, pero no son la totalidad de la democracia. La democracia, entendida rectamente, es más un modo de vivir que solamente un sistema político.

La Iglesia católica reconoce a la democracia como un sistema si no perfecto (no hay sistema perfecto), sí como aquel que puede garantizar el control ciudadano del poder político mediante las elecciones.

Pero el control no se agota en el voto. El voto es parte fundamental pero requiere un compromiso constante del ciudadano para evitar que el poderoso se corrompa y sirva a sus intereses y no al interés general.

Entendida como una forma de vida, la democracia se extiende hacia nuestro hogar, nuestra vecindad, nuestro barrio, nuestra ciudad…  Y tiene un solo denominador común: ver por el bien de los demás antes que por el bien propio.

¿Y luego de las elecciones? Cada uno, gane quien gane, se a cambiar su metro cuadrado de influencia. No podemos seguir haciéndonos la guerra entre hermanos. Eso no es católico. No es democrático. No es humano.

Votar con el corazón de Santa María de Guadalupe: ella nos quiere juntos y en paz. Ella debe guiar nuestro voto… y nuestra vida.

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