Por Jaime Septién
Sagrado corazón de Jesús: con humildad te pido –como lo hizo México al consagrarse a ti– que salves nuestra patria y protejas nuestra fe. Tú conoces la entraña de esta nación; sabes que tu santísima madre, la Virgen en su advocación de Guadalupe, se quedó entre nosotros, amorosa y vigilante. Tú sabes muy bien que el pueblo mexicano es un barro que no ha acabado de cocerse. Pero que el fervor al buen Dios, a tu madre y a la constancia de tu reinado –que nos vigila desde el Cubilete– late fuertemente en nuestro cuerpo.
Antaño libraron unos héroes anónimos, unos mártires ejemplares, larga resistencia por tu nombre. Hoy, la resistencia es por un país sin divisiones, sin rencores, sin violencia y con risas de niños jugando en el parque. Nos hemos metido en una espiral de abismos que no toca fondo. Tu amor y tu perdón se alejan hasta convertirse en humo que presagia desgracias y que el caminante ve cuando se acerca a una comarca.
Tenemos que emprender una buena marcha hacia tu reino de paz y de justicia. Tenemos que construir una civilización en la que nadie humille a nadie, en la que las autoridades sirvan y no se sirvan del pueblo, poniéndole motes inútiles, mangoneando como si fuera un atajo de tontos. Tenemos que buscar la verdad. Y esa verdad viene de tu amoroso corazón. ¡Sagrado corazón de Jesús: perdónanos y sé nuestro rey!
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 6 de junio de 2021 No. 1352