Por Camille Dalmas – I. Media
Muchos católicos están divididos entre la invitación de la Iglesia a usar las vacunas y el problema moral planteado por el empleo por parte de las empresas farmacéuticas de células derivadas de embriones abortados. Recordando la doctrina de la Iglesia sobre este asunto, el padre Roger J. Landry, que trabaja para la Misión de Observador Permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, ofrece respuestas en un artículo de opinión en The Boston Pilot.
Desde la comercialización de la vacuna contra la COVID-19, varios obispos, sacerdotes y laicos estadounidenses prominentes han contradicho la doctrina del papa Francisco y de la Conferencia episcopal católica de Estados Unidos declarando públicamente que vacunarse es inmoral. Una declaración así, comenta el padre Landry, es “escandalosa”: “Más allá de ofuscar la posición de la Iglesia en relación a las vacunas contra la COVID-19, deja los juicios papales y las declaraciones vaticanas formales a la altura de opiniones erróneas, algo que no hace sino socavar la autoridad doctrinal de la Iglesia”.
Frente a esta confusión, el sacerdote estadounidense recuerda la doctrina de la Iglesia en relación a “la situación clásica de cooperación al mal”. En este caso, se debe considerar primero la acción de vacunarse, la cual, en general, es de una “razón justa”: proteger la salud propia o la de los demás frente a una enfermedad que se ha llevado la vida de 3,3 millones de personas en todo el mundo. El uso de vacunas que implican el recurso a células derivadas de embriones abortados no cambia ese hecho, dado que “no existe una asistencia dada al aborto original por alguien vacunado hoy en día, ya que no hay evidencia de que con este acto se fomenten otras líneas celulares ilícitas”, explica el padre Landry.
Por eso permite la Iglesia el uso de vacunas. Al mismo tiempo, la Iglesia destaca que, obviamente, es errado emplear células que vengan de embriones abortados y que “debería evitarse emplear vacunas que se aprovechen de líneas celulares derivadas de abortos cuando haya disponibles alternativas comparables sin conexión con el aborto o con menos conexión con el aborto”, afirma. Además, la Iglesia enfatiza también “el deber de presionar por el desarrollo de vacunas éticamente intachables, y algunas se están desarrollando en la actualidad”, continúa.
“Dicho esto, aunque recibir una vacuna contra la COVID-19 es permisible, no es una obligación moral estricta. Uno puede negarse voluntariamente en conciencia”, añade. En estos casos, “por amor al prójimo y en busca del bien común”, la Iglesia invita a la persona a hacer todo lo posible para evitar convertirse en un vector de transmisión del virus a otras personas, concluye el sacerdote.
“Yo creo que, éticamente, todos deben tomar la vacuna. No es una opción, es una acción ética. Porque juegas con tu salud, juegas con tu vida, pero también juegas con la vida de los demás”. Estas palabras del papa Francisco deben entenderse desde un “espíritu de caridad”, comparte el sacerdote estadounidense. “Si el Buen Pastor da su vida para salvar las vidas de sus ovejas, el papa Francisco insinúa que deberíamos estar dispuestos a vacunarnos si el hacerlo implica la posibilidad de salvar las vidas de una o más personas para las que la COVID-19 podría resultar letal”, añade.
Aunque la decisión de vacunarse debe ser voluntaria, “el uso apropiado de la libertad debería estar ligado siempre al amor”, nos recuerda el padre Landry. “No se puede forzar a recibir la vacuna, pero tampoco pueden forzar estas circunstancias a aceptar a alguien que no está vacunado si se determina que esto es contrario al bien común”, reconoce, antes de concluir: “Es importante para los católicos que piensan con la Iglesia que dediquen tiempo a escuchar las voces auténticas y estudien la enseñanza de la Iglesia para que irradiemos una luz de verdad a los demás en un tiempo de confusión”.
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