Por Raúl Espinoza Aguilera
Estamos recorriendo “El Año de la Familia”. Para lograr una mayor integración de todos sus miembros es necesario cuidar una serie de detalles fundamentales para que esa convivencia no se convierta en algo monótono, rutinario o aburrido.
Con la proliferación en los hogares de celulares, ipads, iphones, lap tops y las redes sociales ciertamente se corre el peligro de que cada hijo construya su mundo aparte, que viva aislado, que esté viendo las películas que le interesan o escuchando su música favorita. Desde luego, eso es lo más cómodo para el niño o el joven, pero rompe con la unidad familiar y se desentiende lo que ocurre a su alrededor.
Aclaro que yo uso todas esas tecnologías y me resultan muy útiles en mi oficio de comunicador y escritor. Pero quizá sea la queja y preocupación más frecuente de los padres de familia. Con expresiones que me comentan, como: “Véalo, vive como embobado con su celular”, “prefiere retirarse y estar en ‘su cueva’“ ( su habitación), “ha bajado mucho su promedio escolar porque se desvela hasta bastante tarde viendo cosas y no hace bien sus tareas”.
Sin duda, cada asunto tiene su propio lugar. Para un estudiante, es prioritario dedicar suficiente tiempo a estudiar y sacar adelante sus tareas escolares. También conviene que los chicos hagan deporte, que tengan lecturas formativas, que aprendan a socializar en familia y con sus amistades.
Conversar y conocerse
¿Qué pasa si en una familia se conversa animadamente –cara a cara- sin estar mirando de continuo los celulares? Los integrantes se van conociendo más y mejor; los padres les dedican tiempo a sus hijos; se está pendiente si alguien está enfermo o tiene una preocupación; se sabe y se prevé cuándo son sus cumpleaños o santos; se comparten las buenas noticias –pequeñas grandes- de cada uno. De esta forma; todos contribuyen a crear un hogar más humano y alegre y se vence el fantasma de la indiferencia.
Un principio esencial es “Ponerse en los zapatos de los demás”. Ese “sentir” lo que cada uno “siente” para lograr tener más corazón e interesante auténticamente por los demás. Sin este elemento, puede haber “apariencia de familia” pero resulta un mero “formalismo”.
Porque a la gente se le tiene que querer tal y como es y no como nos gustaría que fueran; vencer todo tipo de antipatías o prejuicios.
Aceptar errores y defectos
Hacer poco fui a una farmacia a comprar una medicina. Me llamó la atención que había nuevo personal. Le pregunté a la chica de la caja que si esa era la política de la empresa y me dio una respuesta que me resultó lamentable: “Lo que pasa es que nosotras (la mayoría son jovencitas) tenemos entre nosotras muchos roces, fricciones y diferencias. Entonces a los dueños no les queda más remedio que estarnos rotando cada cierto tiempo.
Ése es otro concepto fundamental: el saber comprender, perdonar, disculpar y pasar por alto los defectos de los demás. De lo contrario se generan rencores, resentimientos, aversiones e incluso verdaderos odios.
En una familia hemos de tener un corazón grande donde quepan todos, independientemente de que algunos nos caigan mejor que otros. Y esta norma de conducta la deben de vivir, en primer lugar, los mismos padres para que los hijos aprendan de ese buen ejemplo.
“Vivir en familia” significa aprender a “ceder ante los propios caprichos” y pensar primero que es lo que hace feliz a los demás.
No olvidar que “convivir” ante todo significa “servir” a los demás para que la pasen lo mejor posible. Aunque muchas veces cada uno tenga que sacrificar sus planes originales. Otro aspecto del hecho de “servir” es darse generosamente a los demás, con olvido de sí mismo.
Aprender a sonreír
En toda convivencia es clave aprender a sonreír, estar alegres y añadir detalles de buen humor. Tengo una hermana que es capaz de pasarse más de una hora contando chistes buenísimos. Claro está que las demás hermanas, primas, sobrinas y sus amistades la invitan a todos los festejos de la familia o convivios para escucharla y reírse a gusto. Y le piden que vuelva a contar, aunque sea los mismos chistes y bromas. Ella se percata que es una forma de hacer agradable la vida a las demás, por ello pone su mejor esfuerzo.
La alegría, por tanto, es el aceite que hace mucho más agradable nuestra cotidiana convivencia. De ahí nace una profunda alegría, aún en medio de penas, sufrimientos y contradicciones, que nunca faltan. Todo ello contribuye a mejorar la convivencia en familia.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de julio de 2021 No. 1356