Por P. Fernando Pascual
Hay felicidad cuando se termina un trabajo, o cuando se hace un paseo entre montañas y cascadas, o cuando dedicamos el día a estar con un amigo, o cuando recibimos la noticia de la curación de una enfermedad complicada.
Por eso, hace fiesta el campesino tras la cosecha, o el arquitecto y los albañiles ante el edificio recién terminado, o los jóvenes y los adultos cuando empiezan las vacaciones.
Hay una felicidad mucho más grande, más honda, más completa, que surge en nosotros cuando podemos dar con cariño.
No se trata solo de dar cosas (un vestido, un poco de dinero, unos bombones, un celular nuevo), sino de darse a sí mismo: tiempo, salud, planes personales que aparcamos para atender al otro.
Es una enseñanza de Jesús que no está en los Evangelios, sino en los Hechos de los Apóstoles: “Hay mayor felicidad en dar que en recibir” (Hch 20,35).
A veces no percibimos esto. Incluso pensamos que dar implica perder, dejar, desgastarse, posponer los propios planes para invertir tiempo y corazón en lo que no sabemos cómo va a resultar.
Pero cuando uno toca la alegría del otro que se siente acogido, escuchado, apoyado, consolado, en momentos difíciles y, también, en momentos de gozo, entonces se da cuenta de que vale la pena dar gratis ese tiempo, esa salud, esos bienes con los que Dios nos ha bendecido y que podemos compartir.
Este día habrá que poner en marcha muchas actividades, algunas “obligatorias” (hay que trabajar), otras más o menos opcionales.
Lo importante es, cuando estamos ante un cruce de caminos, escoger aquella dirección que nos permite invertir tiempo y corazón en dar con cariño lo que tenemos gracias a la bondad de Dios y de otros que nos han dado mucho más de lo que podamos devolver…