Por P. Fernando Pascual
Con frecuencia los defensores del aborto buscan presentarlo como un derecho, una conquista, un bien para la mujer y para la sociedad.
Este esfuerzo por revestir el aborto como algo justo y beneficioso ha llevado a diversos Estados y a algunos organismos internacionales a presentar el aborto como uno de los derechos humanos.
Quienes observan atentamente lo que ocurre en cada aborto pueden darse cuenta de la grave injusticia que provoca, al eliminar en el seno materno a un ser humano en sus primeras fases de desarrollo.
Juan Pablo II denunció con fuerza esa mentalidad que presenta el aborto provocado, que es siempre un delito, como si se tratase de un derecho (cf. encíclica “Evangelium vitae” n. 11).
No puede ser un derecho, es decir, una dimensión buena de la existencia humana que merece ser tutelada y promovida, la eliminación de un hijo antes de su nacimiento.
Las personas y los grupos que revisten el grave crimen del aborto como si se tratase de un derecho humano, o de un derecho reproductivo, o de una conquista a favor de las mujeres, manipulan el lenguaje y buscan revestir el mal bajo apariencia de bien.
Es algo que ha ocurrido tantas veces en el pasado y ocurre, por desgracia, en el presente. Pero ninguna injusticia deja de serlo por estar apoyada por leyes democráticas, o por decisiones de los tribunales, o por un amplio consenso de la opinión pública.
Todo esfuerzo emprendido, correctamente, por denunciar el aborto en su maldad intrínseca, abre espacios a un trabajo serio para ayudar a las mujeres en dificultad, de forma que no vean al propio hijo antes del parto como un enemigo, sino como lo que es: “mi hijo”.
Sobre el tema, podemos recordar nuevamente a san Juan Pablo II: “En este sentido, se deben poner en práctica formas discretas y eficaces de acompañamiento de la vida naciente, con una especial cercanía a aquellas madres que, incluso sin el apoyo del padre, no tienen miedo de traer al mundo a su hijo y educarlo” (“Evangelium vitae”, n. 87).
El “pueblo de la vida” (una expresión que usaba Juan Pablo II) está llamado a promover, con valentía y lleno de confianza en Dios, ese derecho básico que todos tenemos a la vida, con medidas concretas que permitan, a las madres en dificultad, recibir un acompañamiento cercano y eficaz, para su propio bien y para el bien del hijo que llevan en sus entrañas.
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