Luchar hasta el fin, sin sucumbir ante el desaliento
Por Raúl Espinoza Aguilera
Los ideales que cada persona se plantea en su vida no se alcanzan sin la constancia. Junto a esta virtud, existen una serie de valores que la acompañan como la fortaleza, el orden, el adecuado aprovechamiento del tiempo, la disciplina, la perseverancia, la fuerza de voluntad, la reciedumbre, el coraje suficiente para vencer las dificultades, el vencimiento de los propios estados de ánimo para que impere la razón y no los sentimientos, etc.
La perseverancia es un requisito indispensable para consumar dichos ideales. A modo de ejemplo, podríamos decir que cada quien está realizando su propia pintura, su obra de arte. Pero esta obra nos es fruto del entusiasmo pasajero sino del esfuerzo continuado a lo largo de toda la existencia.
Las obras geniales son frecuentemente el resultado de una larga paciencia. Nada se logra sin un trabajo intenso y perseverante. Muchas obras maestras de la Literatura Universal fueron reescritas varias veces, como lo hicieron: Honorato de Balzac, Marcel Proust, Ernest Hemingway, William Faulkner y muchos más, no porque tenían una especie de “manía perfeccionista” sino porque el escritor era honesto consigo mismo y se percataba que había olvidado destacar a un personaje clave en su novela; porque el inicio era sumamente lento, poco atractivo y no captaba al lector, o bien, porque tenía pasajes repetitivos o confusos y debía de suprimirlos.
El inventor, científico y empresario estadounidense Thomas Alva Edison (1847-1931) tuvo que realizar más de mil intentos hasta conseguir el filamento adecuado para su foco incandescente que iluminó a tantas ciudades de la Unión Americana y luego a numerosos países. En esta afanosa búsqueda nunca se sintió un fracasado ni tampoco se desanimó, sino que –con un enfoque optimista y positivo- comentaba: “Cada vez estoy más cerca de lograr descubrir el filamento acertado”.
También descubrió la energía eléctrica, la grabación del sonido, la cinematografía, una batería para un automóvil eléctrico. En total, registró 1093 patentes de inventos, gracias a su tenaz persistencia y paciencia que aportaron un beneficio directo a la humanidad.
En 1928, el científico británico Alexander Fleming anunció el descubrimiento de la penicilina. Fue uno de los primeros antibióticos que se emplearon y que han salvado la vida a millones de seres humanos. Detrás de este importante descubrimiento había mucho tiempo de dedicación y esfuerzo de este científico hasta lograr encontrar el medicamento que aliviara de numerosas enfermedades que hasta entonces eran incurables, como la tuberculosis, la neumonía, las fuertes infecciones del organismo y un largo etcétera.
Los grandes escultores y pintores como Miguel Ángel, Raphael Sanzio, Leonardo Da Vinci también se exigían mucho a sí mismos hasta conseguir sus obras lo mejor logradas.
En el caso de Miguel Ángel actualmente seguimos admirando los frescos de la Capilla Sixtina en el Vaticano, La Piedad en San Pedro, el David o el Moisés. Era un trabajo arduo y conseguido a base de constancia y dedicación.
El Moisés le quedó magnífico a este célebre escultor de tal manera -según cuenta el anecdotario de la historia del arte- concluida su obra, le dio un leve golpe con el martillo en la rodilla y le dijo a la escultura: “¡Habla!”
En los pasados Juegos Olímpicos de Tokio, en las carreras de atletismo de los 100 metros planos, la mujer más veloz del mundo por varios años consecutivos, era Shelly-Ann Fraser-Pryce. Había otra corredora también muy veloz, Elaine Thompson –ambas de Jamaica- quien también ganaba muchas carreras, pero Shelly-Ann siempre la superaba.
Así que, con ayuda de su manager, Elaine estuvo practicando intensamente la manera de mejorar sus tiempos. De manera que en Tokio realizó la hazaña de vencerla con récord olímpico de 10.61 segundos. Ella misma se sorprendió tanto que, al término de la carrera, comenzó a dar de saltos y gritos por la pista de gozo ya que ella no esperaba lograr ese increíble tiempo.
Esto es precisamente lo que significa la constancia, luchar hasta el fin, sin sucumbir ante el desaliento, la falta de motivación sensible, la monotonía agotante o los obstáculos que nos parezcan insalvables.
El poder inestimable de la constancia se desprende de la tarea que se termina con perfección, de la pieza acabada hasta el último detalle, del ritmo disciplinado de los quehaceres cotidianos, de la puntualidad y exactitud en el cumplimiento del deber. Éstos y no otros son los elementos integrantes de esa inmensa energía llamada constancia.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 17 de octubre de 2021 No. 1371