Fray Cristhoper es un joven ecuatoriano extrovertido, creativo y dinámico. Se define como alguien que ha aprendido a levantarse de muchas caídas, pero que gracias a la familia y a las personas que lo rodean ha salido adelante. En el año 2017 conoce a un obispo franciscano que le muestra lo que es la Orden y desde el primer momento queda impactado. En esta edición de El Observador este alegre franciscano conversa con nosotros.
Por Mary Velázquez Dorantes
¿Cómo es que te enamoras de la Orden Franciscana?
▶ No sabía qué era un franciscano. Sin embargo, cuando los vi me enamoré del hábito, luego de su espiritualidad y gracias a mi curiosidad comencé a indagar sobre ellos. Busqué información y me puse en contacto con el promotor vocacional, es importante decirles que no estaba en mis planes ni ser franciscano ni religioso, ni tampoco quería ser cura, mi sueño era el inglés o la psicología, pero las vueltas de la vida cambian y el Señor pone otros proyectos en la vida humana y los tenemos que asumir con voluntad y obediencia.
Actualmente curso el segundo año de filosofía y pienso que la Orden Franciscana en el mundo entero es una orden con una formación integral y muy amplia. Amo ser franciscano. Si volviera a nacer volvería a escoger esta Orden.
¿Qué pueden aprender las nuevas generaciones de la vida vocacional?
▶ Considero que las nuevas generaciones le deben mucho a la Iglesia. Por ejemplo, en la edad media las primeras instancias de educación y formación en el mundo, desde Europa hasta América, recordemos que los frailes franciscanos tomaron un papel muy importante para el descubrimiento de nuestro continente en 1534, entonces en este hecho histórico las nuevas generaciones pueden aprender mucho de la vida vocacional, no en el sentido de un tinte franciscano sino de un tinte religioso vocacional. Prácticamente la sociedad de hoy está muy golpeada, tenemos la tecnología, la ciencia avanza pero disminuye la práctica de valores, la práctica de las creencias religiosas.
Yo pienso que la vida vocacional le ayuda a uno a discernir, a pesar en una balanza lo que es bueno o malo, para luego tomar una decisión en tú vida, pero no únicamente para ser religioso sino para cualquier formación.
¿Cómo se puede contagiar la vida monástica a los jóvenes de hoy?
▶ La vida del convento es una vida muy interesante. A veces las personas que estábamos afuera ignorábamos cómo era la vida del convento, yo de manera personal tenía miedo, hay muchas limitaciones en las primeras etapas formativas: no usamos teléfono, no llamamos a la familia, no nos podemos comunicar, sin redes sociales, es un encierro total, es como dejar totalmente el mundo, pero dentro creamos una nueva familia. Pero la podemos contagiar mediante encuentros vocacionales y ahora las redes sociales nos ayudan a dar a conocer lo que hacemos y cómo lo hacemos.
¿Cuáles han sido los momentos más importantes en su vida franciscana?
▶ Mi ingreso al postulantado, luego la toma de hábito porque hubo una mezcla de melancolía y nostalgia, y luego ha sido mi primera profesión religiosa con mis votos de pobreza, castidad y obediencia.
Pero también en la pandemia ha surgido un momento importante, porque el mundo iba muy rápido, los humanos estábamos robotizados y aquí aprendí a tocar el piano y cantar; justo con la pendemia aprendí a observar mis capacidades y destrezas. Dios y la Virgen María me ayudaron a ver la vida desde diferentes facetas y con diferentes sentidos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 7 de noviembre de 2021 No. 1374