Por Arturo Zárate Ruiz

No es necesario señalar a enemigos de la Iglesia. Bastan algunos católicos —los hay— que también se asustan cuando proclamamos a Cristo Rey.

—¿Que qué queremos?—, nos preguntan. —¿Una teocracia, un clericalismo exacerbado?—, nos cuestionan—. ¿Que el obispo sea nuestro gobernador; que el párroco, el alcalde; que los curas decidan inclusive si le ponemos ahora salsa verde y no roja a los tacos?—se horrorizan. —¿Ahora debemos consultar al sacristán en lugar del médico para curarnos de un callo—?, se burlan.

Muy “ilustrados” finalmente pontifican que la soberanía le pertenece al pueblo y no a los líderes religiosos, y que prueba de ello es que las naciones y las personas pueden decidir lo que les dé la gana sin acudir a ningún sacerdote, por ejemplo, los ingleses circulan en sus carreteras por el lado izquierdo, nosotros y muchos otros por el derecho, y, si no hay restricciones establecidas no por curas sino por la “soberanía del pueblo”, vamos a donde nos plazca.

Ciertamente, muchos casos de legislación no requerirían de la intervención de ningún líder religioso para aprobarse, y los laicos podemos tomar decisiones al respecto en un sentido u otro. Es de este modo que se promulga el “derecho positivo”.

Pero el derecho positivo no implica que toda ley sea mera convención; ni da la razón a promotores de una supuesta libertad arbitraria, de hacer cualquier cosa a capricho.

De hecho, ninguna legislatura puede prohibirnos circular en momentos de paz por las carreteras, o exigir que siempre pidamos permiso e informemos a una autoridad civil el destino de nuestras vacaciones. Eso iría contra los derechos humanos a la movilidad. Cicerón, un pagano, dijo:

“Existe una ley verdadera… conforme a la naturaleza, universal, inmutable, eterna… Esta ley no puede contradecirse con otra, ni derogarse en alguna de sus partes, ni abolirse toda entera. Ni el Senado ni el pueblo pueden libertarnos de la obediencia a esta ley…. en todas las naciones y en todos los tiempos esta ley reinará siempre única, eterna, imperecible…. el rey de todas las criaturas, Dios mismo da el origen, la sanción y la publicidad a esta ley”.

No sino con base en la ley natural se condenó a los genocidas nazis, pues con la ley positiva alemana, tremendamente inicua, era imposible: les ordenaba cometer sus crímenes. Es con base en la ley natural que se puso freno con la Declaración Universal de Derechos Humanos a cualquier positivismo injusto.

Y si hay una ley natural para juzgar y legislar, hay además leyes naturales que provienen de Dios, creador de todo. Un médico puede, por supuesto, tomar decisiones sobre los tratamientos de un enfermo, pero con base a la química y fisiología del paciente, química y fisiología que no puede él cambiar. Y si viajamos en un avión de vacaciones, podemos escoger el destino, pero no las leyes aerodinámicas que permiten volar.

Si con la ley positiva se puede ordenar el tipo de trámite para casarse, o decir cómo obtener licencia de “médico”, esta ley no puede establecer que a tres personas les sea lícito el casarse, ni que, aunque sean dos, lo hagan de ser del mismo sexo, ni que el médico realice abortos o practique la eutanasia. Va contra la ley natural, contra la ley de Dios.

De hecho, ni a la misma Iglesia le es lícito contrariar la ley de Dios. Si bien Ella puede promulgar leyes positivas como las relativas a algunos aspectos de la liturgia (lo deciden muchas conferencias de obispos), ni estos mismos obispos, ni inclusive el Papa pueden ordenar que se consagre leche en lugar de vino porque la institución de la eucaristía es de Dios.

No hay que temer, pues, ni a los caprichos de los mismos curas. Que eso de dar al César lo que es del César se refiere a la ley positiva, aun la de la Iglesia, y dar a Dios lo que es de Dios es lo que debe proclamar y respetar no sólo la Iglesia sino todo hombre. Así, la soberanía sigue perteneciendo a Dios, pues además toda autoridad deviene de Él. Es Él quien sostiene un orden natural bueno, por Él creado.

Gracias, pues, Cristo, por ser el Rey. Tus leyes no sólo son buenas sino son Luz que previene las arbitrariedades positivistas.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de noviembre de 2021 No. 1376

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