Por Arturo Zárate Ruiz

Hoy se reconoce más la importancia de los ministerios laicales en la Iglesia. Por eso los laicos participamos más como lectores, acólitos, ministros extraordinarios de la Eucaristía y catequistas. Respecto a los lectores, hay quienes proclaman la Palabra (salvo el Evangelio), el salmista, el director de canto o coro, el intencionista en la Oración de los Fieles, el monitor o comentador o guía, el catequista litúrgico y el instructor de lectores ocasionales.

Dicho esto, hay que recordar que, según lo indica la Instrucción General del Misal Romano, “lo más noble que hacen los laicos en la celebración litúrgica no son los ministerios sino su participación”, es decir, escuchar la Palabra del Señor, adorarlo, y unirse a Dios y su pueblo en la comunión. Esto aplica incluso para el sacerdote.

Llevar a Cristo al mundo

Se debe recordar además que, de manera particular, los laicos estamos llamados a llevar a Cristo al mundo. Una traducción muy incorrecta del latín Ite missa est al final de la misa —traducción que no deja de ser interesante por señalarnos qué hacer tras salir del templo— es la siguiente: “Id, que sois enviados”.

Si los sacerdotes tienen obligaciones muy propias dentro de la iglesia, a nosotros nos corresponden muchas afuera. Somos nosotros quienes debemos salir y anunciar la Buena Nueva con nuestra vida, nuestro trabajo, nuestro ejemplo y con la palabra.

Dice el Catecismo: “Siendo propio del estado de los laicos vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, Dios les llama a que, movidos por el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento”. Dice también que “los laicos participan en el sacerdocio de Cristo: cada vez más unidos a Él, despliegan la gracia del Bautismo y la de la Confirmación a través de todas las dimensiones de la vida personal, familiar, social y eclesial, y realizan así el llamamiento a la santidad dirigido a todos los bautizados”. Dice además que “gracias a su misión profética, los laicos están llamados a ser testigos de Cristo en todas las cosas, también en el interior de la sociedad humana”. Y celebra que “debido a su misión regia, los laicos tienen el poder de arrancar al pecado su dominio sobre sí mismos y sobre el mundo por medio de su abnegación y santidad de vida”.

Ser luz del mundo

Hay varios ámbitos en que, de manera muy especial, a los laicos nos corresponde ser luz del mundo, por ejemplo, la familia. Somos nosotros quienes allí, no sólo con la palabra, sino eminentemente con nuestra vida, amor y ejemplo, todos los días trasmitimos nuestra fe a nuestros seres queridos. Si ellos no aprenden a escuchar y vivir la fe por nosotros, les será más difícil vivirla y escucharla del vecino o incluso del sacerdote, aun si van a la iglesia.

Nuestro trabajo es una ofrenda y una alabanza a Dios, es llevar su Reino a todos los rincones del planeta, es santificar todos los espacios y realidades que nos circundan, es participarle el amor divino en cualquier circunstancia a nuestro prójimo, es coadyuvar a que toda la Creación que gime se transforme según el plan del Señor.

Los curas no tienen permitido participar en la política partidista; nosotros, los laicos, sí; es más, debemos hacerlo. La tarea, sin embargo, no consistiría en fundar un partido católico, sino en infundir valores católicos en cualquier partido en que participemos, es más, en cualquier institución política en la que estemos. La degradación es tal que se necesita que rescatemos la política de su decadencia. He allí los magistrados de la Suprema Corte que intentan ahora autorizar la poligamia.

Los padres somos los primeros responsables de la educación de los hijos y, por qué no, de enriquecer la cultura de nuestras comunidades con valores católicos. Sin descartar las estampitas e historias de santos, debemos tener en claro que la tarea va mucho más allá. Nuestra tarea es lograr que nuestros hijos vivan el Evangelio y que nuestra cultura refleje, aun en una novela policiaca, la verdad, la belleza y la bondad de la Buena Nueva.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de septiembre de 2022 No. 1419

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