Beato Anacleto González Flores, celestial patrono de los fieles laicos en México

Se trata de un humilde abogado, periodista, orador, maestro, animador de la Acción Católica y promotor de la resistencia pacífica en contra de la persecución religiosa

Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.

Hasta fechas muy recientes, uno podía leer en el muro norte del transepto oeste del Santuario de Guadalupe de Guadalajara, la frase latina Verbo, vita et sanguine docuit, cuya traducción sirve de título a esta columna.

En cuatro palabras este epitafio en una placa de mármol, que hacía las veces de lápida sepulcral al nicho donde se pusieron los restos mortales de Anacleto González Flores, líder católico ajusticiado por el gobierno en tiempos de persecución religiosa, justifica el voto unánime de los obispos que durante la CII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM), sostenida del 7 al 12 de noviembre del 2016, respaldaron por unanimidad la iniciativa de uno de ellos para solicitar a la Santa Sede declarase, como lo hizo a la vuelta de dos años, celestial patrono de los fieles laicos en México al beato Anacleto González Flores y día del laico en este país el tercer fin de semana de noviembre, solemnidad de Cristo Rey del Universo.

Actuando así, los mitrados mexicanos se adhieren a lo que mucho antes ya sostuvieron con la pluma intelectuales de la talla de José Vasconcelos y Efraín González Luna, de Agustín Yáñez y Antonio Gómez Robledo, estos últimos librados por un pelo de correr la misma suerte de Anacleto, pues se escaparon del fusilamiento que ya había decretado para ellos el Jefe de Operaciones Militares de Jalisco, General de División Jesús María Ferreira, el Huichiperros del capítulo que el primero de los apenas citados dedica a González Flores en su libro de memorias La flama.

Para sus verdugos y malquerientes, Anacleto fue un líder cristero que murió por ello; para quienes alentamos su causa de canonización, no. Tal etiqueta no la merece el Gandhi mexicano (así lo considera Jean Meyer), un pacifista que jamás apoyó la iniciativa de suplir los argumentos con las balas y tuvo ocasión de demostrarlo así en los largos años que van de 1906 a 1927, los de su vida pública, y durante los cuales se ganó a pulso el apodo de Maestro, o de Maistro, en labios del pueblo, todavía teñido por el castellano ladino anterior a Nebrija.

El Maistro Cleto nació en Tepatitlán, Jalisco, en 1888, primogénito de una prole copiosa y en el taller de un rebocero.

Fue pobre de cuna y ya adulto no quiso dejar de serlo nunca, por convicción, al modo del Seráfico de Asís, de cuya familia fue seglar terciario; se entregó a la catequesis y a la docencia como una vocación sin fisura y apenas le fue posible, al apostolado de la pluma desde el periodismo y el ensayo filosófico – apologético – social; al de la palabra hablada, como ardoroso tribuno y, finalmente, al de la congruencia, pues no tuvo más remedio que arrastrar la suerte de muchos de sus correligionarios miembros de la Unión Popular, asociación que él creó a principios de 1925, que optaron por unirse a la resistencia activa católica impetrada desde la ciudad de México por los ligueros, opción que él repudiaba y a la que, insistimos, él se sumó como estratega e ideólogo el lapso breve que va del 1º de enero al 1º de abril de 1927 y sólo para la zona de influencia de Guadalajara y su dilatada comarca.

Orillados a etiquetarlo, Anacleto fue un alma noble, viril, coherente y en consonancia absoluta con el Evangelio, con la vía Dolorosa y con la cruz del Señor desde su condición de apóstol laico en tiempos de totalitarismo estatal.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de junio de 2023 No. 1456

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