Por Jaime Septién

Un periódico fundado por el beato Anacleto González Flores llevó por título “La Palabra”. Su primer número, el 10 de junio de 1917, traía consigo un enjundioso editorial, seguramente escrito por el propio Anacleto en el cual, bajo el título de “Nuestras esperanzas”, se decía que el camino hacia la civilización pasaba por el retorno de Cristo a la vida de México.

Nuestro país salía apenas de la etapa armada del conflicto revolucionario. Se había promulgado la Constitución el 5 de febrero de ese año. El edificio de la nación se encontraba “desquiciado”. Miles de muertos, hambre, miseria, violación a los derechos y libertades de la población mayoritariamente católica. México dejaba las balas para recuperar (o para iniciar) un camino diferente. La visión del beato Anacleto fue profética: “el reinado de la fuerza será inevitable si no se vuelve a la palabra del Maestro”.

Pasó la Cristiada. Y después ha pasado todo un siglo de deterioro moral y de alejamiento de “la palabra del Maestro”, de Jesús. Hoy nos encontramos en una encrucijada similar a la que anunciaba en 1917. Los muertos y desaparecidos, la pobreza y el deterioro del tejido social anuncian tiempos aciagos. La respuesta cristiana, señala el beato Anacleto, va más allá de la queja (del meme en WhatsApp). Tiene que ver con lanzarse a la batalla “en el palenque glorioso en el que se libran los grandes combates del pensamiento y la palabra”.

¿Dónde queda ese “palenque”? En el interior de nuestras comunidades, en nuestros chats, en las redes sociales, en la familia, en el trabajo, en el café. Nadie que se diga cristiano puede desentenderse de este reto. Decía “el maistro Cleto” que devolverle México a Cristo Rey en nuestra cotidianidad era tanto como hacer flotar “gallardamente en las alturas el lábaro bendito que nuestros padres pusieron en nuestras manos de niños” con el orgullo de haberlo defendido. Hoy es lo mismo.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de enero de 2024 No. 1490

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