Por Arturo Zárate Ruiz

Somos tragones.  Eso de sólo durante Guadalupe-Reyes que se lo crea la abuela, pues he allí la Candelaria.  A atascarnos de tamales.  En la frontera empezamos muy antes que Guadalupe.  Por costumbre de nuestros vecinos, a comer dulces en Halloween a punto de sucumbir de diabetes.  Luego el chocolate de Fieles Difuntos y el pavo del Día de Dar Gracias gringo.  Por supuesto, cualquier pretexto nos basta para las carnes asadas, como las fiestas de “No Cumpleaños” de Alicia en el País de las Maravillas.  Bueno, sin res, sólo con salchichas porque aquélla está muy cara.

Deberíamos, sin embargo, procurar la moderación, si no por otra razón, por la salud.  Amigos míos han fallecido tras las cenas sobreabundantes de Navidad o de Año Nuevo.  Médicos conocidos confirman el aumento de ingresos hospitalarios entonces, no hablemos de los fallecimientos tras el atracón.  A los 65 años papá sobrevivió bien una embolia por la atención inmediata que recibió.  Después quiso seguir comiendo como antes y se justificaba, que ya era “viejo”, que lo dejaran vivir feliz los últimos momentos, etc.  Mi hermano, un internista, le dijo que su problema no sería tanto el morir, sino el convertirse en vegetal por más de diez años y obligar a mamá a cambiarle pañales durante ese tiempo.  Papá escuchó a mi hermano, comió con moderación, y vivió muy bien hasta los 88 años.

Si no nos morimos o enfermamos por tragones, reconozcamos que muchas funciones corporales se deterioran por el abuso de alimentos.  De emborracharnos, nos embrutecemos.  De engordar, no sólo perdemos agilidad, también nos duele todo el cuerpo, tan así que no podemos permanecer de pie salvo unos minutos.

La moderación, en cambio, nos permite disfrutar de los platillos.  En lugar de engullir los alimentos como las serpientes, nos tomamos tiempo para apreciarlos.  Sin excesos, pero gozosos, estamos satisfechos.

En cualquier caso, la razón más importante contra la gula nos la da san Pablo. Nos dice que nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo.  Aunque nos advierta particularmente contra la fornicación, su censura también aplica contra la gula, pues es otra forma de no respetar el plan de Dios para nuestro cuerpo.

La moderación también aplica, entre otros ámbitos, a las posesiones y a las palabras.

Sé de personas con nueve baños en sus casas, pero no más de dos habitantes.  ¿Necesitarán ése de la biblioteca porque no quieren llevarse la lectura al otro? No faltan quienes estrenan ropa de diario a punto de jamás darse cuenta de que la estrenan.  No conocen su diferencia con la ropa ya usada.  Se pierden no sólo del sorprenderse con las prendas nuevas, también del gozo de las viejas que ya se han acomodado placenteramente al cuerpo.  Estas personas deben revisar, pero ya, el destino final del rico Epulón.

Nos urge a muchos la moderación en las palabras.  Hagámoslo al menos por cautela: “Más pronto cae un hablador que un cojo”.  Jesús recomienda un simple sí o un simple no, en lugar de los juramentos.  A quienes les da por adelantar explicaciones para todo, se les debe recordar que “el que se excusa, se acusa”.  El papa Francisco suele pedirnos que nos dejemos de los chismes.  Con la murmuración podemos destruir la reputación de muchas personas y así marginarlos socialmente.  La calumnia es muy grave porque consiste en una mentira.  El Papa inclusive recomienda a los sacerdotes no alargarse en sus homilías, pues, como dijo Gracián, “lo bueno, si breve, dos veces bueno”.

Hay que ser moderados inclusive en consumir información, en especial por la proliferación de las redes.  Por un lado, lo que publican muchas veces no es verídico, tan así que bromistas difunden imágenes falsas para atrapar a los crédulos.  Por otro lado, la sobreabundancia de información no nos hace más sabios ni mejores.  Me atrevo a decir que nos basta conocer bien, meditar y vivir nuestra fe para ser salvos.

En cualquier caso, debo concluir que la moderación no consiste en la mediocridad.  Santa Teresa de Ávila dijo, y dijo bien, que “cuando mortificación, mortificación, y cuando perdices, perdices”.  La moderación significa, por tanto, no dedicarnos a comer sólo perdices.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de enero de 2024 No. 1490

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