Por Arturo Zárate Ruiz

Que me pregunten cómo somos los mexicanos es como si lo hicieran sobre los Zárate: muy muy diversos, tan así que me parece imposible encajonar con una definición a los de mi misma casa. Pero se intenta hacerlo con todo México: que la muerte nos da risa, que estallamos en gritos y carcajadas, nos dice Octavio Paz; Samuel Ramos psicoanaliza a toda la nación; Guillermo Bonfil escarba para dizque encontrar un México profundo. Se nos exige incluso admitir que los mexicanos somos de una sola manera con narrativas cuestionables y uniformes de nuestra historia en las escuelas públicas, y con ideas congeladas sobre nuestra cultura, algo así como los murales del ateo Diego Rivera o la exhibición de “vestimenta indígena” en el Museo de Antropología.

Cuando para festejar las fiestas patrias se les pedía a mis hijos, aun pequeños, “vestirse de mexicanos”, les decía que lo hicieran a su antojo (después de todo, son mexicanos, incluso como Hombre Araña o Mujer Maravilla). Pero mi esposa intervenía “oportunamente” y vestía a uno de charro bigotón y a otra de china poblana. Sigo creyendo, aun así, lo que dice un meme sobre la “noche mexicana”: que sea de noche y que sea en México, coma yo entonces, no mole poblano, sino hamburguesas (me gustan algunas de Monterrey) o aun “chili con carne” (de hecho, su origen es del Bajo Bravo, porque los texanos les pagaban a sus vaqueros mexicanos en especie, sí, ¡con queso amarillo!)

Creo, en cualquier caso, que algunas acciones colectivas y el genio de algunos líderes nos han integrado en alguna medida como pueblo y contribuido a nuestra identidad como nación. Pienso entonces en José de Escandón, Conde de Sierra Gorda. Santanderino y cadete de los Caballeros Montados, participó en 1715, a los quince años, en echar a los ingleses de lo que hoy es Tabasco. Ya con experiencia militar, defendió Veracruz de nuevo contra los ingleses, sometió a mineros rebeldes en Guanajuato y pacificó a indios en Irapuato, San Miguel y Sierra Gorda. En 1748, se le encomendó ocupar el Seno Mexicano (hoy Tamaulipas), territorio olvidado por la pobreza de sus recursos, pero amenazado por Francia e Inglaterra: podría ser cabeza de playa para arrebatarle a España el Virreinato.

Ocupó el territorio con rapidez. En 1755 tenía ya fundadas 24 villas, con una autonomía que aún defienden. Hubo en él un impulso castrense, pero apenas religioso pues los franciscanos le estorbaban en el sometimiento de los pocos nativos que quedaban. Aunque se privilegió a los peninsulares en darles tierras, pocos querían ir a ese lugar y recurrió a la población más variada (negros, indios fuereños, criollos perseguidos por la justicia), diversidad cuyo mestizaje se reconoce en México. Por la poca educación formal de los colonos, se le dificultó a él incluso construir su casa, pues ellos no sabían ni de albañilería.

Pero tenía un plan para consolidar la ahora colonia del Nuevo Santander: el comercio y la ganadería. Por el comercio casi imposible con el resto del Virreinato, se dio el contrabando, aun antes de ser frontera; contrabando común aún entre los tamaulipecos. Por la ganadería, se desarrolló una cultura vaquera, emblemática del nordeste de México, y que los texanos aprendieron y adoptaron como suya: he allí los “cowboys”. Hoy las carnes asadas vaqueras y el chili con carne los exaltan ellos como “National Dish of Texas”.

Su liderazgo en esta acción colectiva contribuyó a integrar no sólo nuestro territorio sino nuestra identidad como pueblo, tan así que, un siglo después, eran claras nuestras lealtades, aun la de irlandeses, italianos, ingleses, africanos, y otros migrantes quienes vinieron al hoy Matamoros para enriquecerse con el comercio. Aunque fue ocupado México por los norteamericanos en 1847, no lo anexaron todo pues su mexicanidad, sin duda la tamaulipeca, ya estaba definida. Es más, en 1851, un ejército de texanos esclavistas quiso arrebatar más territorios. Aunque endulzaron su lucha con el cebo del federalismo (muy defendido en Tamaulipas), se les detuvo en Matamoros donde no quedó entonces ladrillo sobre ladrillo (no hablo de piedras, porque no las hay). Se ganaron entonces los títulos de Heroica, Leal e Invicta para esta ciudad.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 2 de julio de 2023 No. 1460

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