Por Arturo Zárate Ruiz

Con eso de que la etimología de “moral” es “costumbre”, se promueve el error de considerar todo lo que ésta prescribe, digamos, el pudor, como mero capricho social.

«Las costumbres cambian —no falta quien así pontifique—, por tanto, que ande de frac en vez de encuerado es mera preferencia de un grupo al cual, debo agregar, no tengo por qué someterme. Sería un plegarse a prejuicios de acomplejados».

Reconozco que mucho de lo “moral” lo aprendemos porque nos lo dijeron. Aun los Diez Mandamientos los escribió y trasmitió Moisés en tablas de piedra.

Reconozco también que lo del frac, y en general mucho de lo relativo a vestir, es mera costumbre. Si se insiste en lo del frac, es éste en ocasiones algo propio de esnobs. Lo más próximo que admito haber vestido es el smoking cuando me casé y en las bodas de mis hermanos. En cualquier caso, el lector no tema que yo le pida ponerse pijama con estampados del ratón Miguelito a la hora de dormir. Algunos la suelen usar, y yo me niego a vestirla porque mi esposa se reiría.

Temo, sin embargo, que, sin que nadie se lo diga, cualquier varón se cohibirá, y aun sospechará de su compadre, si lo sigue de inmediato y se pone justo a su lado en el mingitorio. Que le ocurra así no es por “complejos” sino por pudor, un pudor natural.

Sucede que mucho de lo “moral”, ciertamente los Diez Mandamientos, lo tenemos inscrito ya en el corazón sin que nadie nos lo tenga que decir. No es mera costumbre sino bienes o males que podemos reconocer objetivamente, y, según convenga, abrazar o rechazar. Hasta un niño descubre por sí solo que las cosas tienen un orden real. Se esconde y calla ante sus padres tras haber torturado un gato: sin que nadie se lo haya dicho, sabe que el gato no es un alfiletero y que el corazón humano no se hizo para pudrirse en crueldades.

Contra lo que algunos “naturistas” suponen, no hay algo más antinatural en el hombre que el desnudarse en público. Cierto que somos animales, pero también somos racionales, y aun en el pueblo más remoto la gente se cubre al menos con tatuajes.

No es tanto que nos dé vergüenza la desnudez. Dios nos hizo hermosos, y cuando el cuerpo irradia pureza, como en los niños o en la inocencia original de Adán y Eva, de ningún modo se incurre en la indecencia. Aun así, no conviene, es injusto, exponernos a ser valorados y mirados como meros animales. Por ello la pornografía es despreciable. Por ello algún ropaje bestial, muy de pervertidos, es aún más impúdico que la misma desnudez.

El vestirse no es un cubrirse, un esconderse. Es un expresarse, un revelarse. Como cualquier otro de nuestros lenguajes, la vestimenta comunica humanamente lo que somos o, al menos, lo que queremos ser. Con ella referimos un nivel económico, nuestra confiabilidad, una posición social, la sofisticación, un rol económico, un rol económico y social, nuestra educación, nuestro éxito, nuestra procedencia, nuestro carácter.

A cierto camarada lo reconozco no sólo por su cara, aun mejor sé quién es porque lleva puesta la camiseta de su equipo, lleva incluso puesto un sombrero, muy suyo, que le regaló su abuelo. Mis hijos visten esta o aquella moda porque se identifican, es más, se solidarizan con este o aquel grupo de su edad. Los “chavorrucos” adoptan estas mismas modas, y las más estrafalarias, por negarse a admitir que muy otro es su grupo de edad. Pedirle al peor chavorruco que mejor permanezca desnudo no es meramente falta de pudor, es negarle un lenguaje, la vestimenta; es negarle ser humano.

Por supuesto, la vestimenta también oculta. Esconde la intimidad a los entremetidos sin negocio alguno al respecto. Pero la intimidad no se reduce a nuestra desnudez, también se refiere a nuestros pensamientos. Los reservamos a aquellos que tengan nuestra confianza para compartirlos.

Y así como reservamos los más íntimos pensamientos a nuestra amada, nuestra esposa, del mismo modo reservamos nuestro cuerpo desnudo a ella. Lo que es, vale notarlo, algo no meramente “animal”. Es algo muy humano. Se entrega uno así a quien se ama y se empieza así un proyecto que es la base misma de la civilización: el fundar una familia.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de mayo de 2023 No. 1455

Por favor, síguenos y comparte: