XXXII Domingo Tiempo Ordinario
Mc 12,38-44
Por P. Antonio Escobedo C.M.
El evangelio de este domingo comienza con la advertencia de Jesús sobre el peligro de seguir a los escribas. El peligro se debe a que son hombres a quienes se les confió el liderazgo religioso pero que convirtieron su posición de confianza en obsesiones egoístas y terminaron enfocándose en lo que podían recibir en vez de lo que podían dar. En lugar de ser reconocidos por su entrega a Dios, la gente los identificaba porque disfrutaban el honor público que acompañaba su posición: en el mercado la gente se levantaba con respeto cuando se acercaban, en la sinagoga se situaban en puestos de honor en una tarima frente a la asamblea donde podían ver a los fieles pero, más importante, eran vistos por ellos (no debemos pensar que todos los escribas tenían estas actitudes. Según el pasaje evangélico del domingo pasado, un escriba se presenta con sinceridad ante Jesús porque desea saber su opinión acerca del mandamiento más importante de la ley).
Jesús se percató de esta incoherencia al estar sentado delante del arca de la ofrenda, mirando cómo el pueblo echaba dinero en el arca. Sin duda, debió ser un gran espectáculo ver los trece receptáculos grandes de metal en forma de trompetas que eran usados para recibir ofrendas. Los receptáculos estaban a plena vista, y el sonido que producían las monedas al caer anunciaba la cantidad de la ofrenda. ¿Qué sería más impresionante, escuchar pocos pero sonoros golpes de monedas, o un prolongado tintineo de leves sonidos? Quizá, como una demostración de fuegos artificiales, impresionaba más un número pequeño de sonidos leves, seguidos por un sonoro y grande final. Este juego de presunción era habitual dentro del Templo donde la gente que daba sin un espíritu de generosidad, era tentada a hacerlo solo para ser vista por los demás.
Nuestro Señor reprueba esta actitud, pero no se queda en el mero reproche sino que aprovecha la ocasión para ofrecer una enseñanza a sus discípulos. Lo que quiere mostrarles es muy importante, por eso, mejor que un discurso, les pide que fijen su mirada en una viuda pobre que deposita todo lo que tiene: dos leptas, es decir, dos monedas que tenían muy poco valor (cada una equivaldría a unos diez pesos mexicanos de nuestros días. Con dos de esas monedas alcanzaría para comprar una comida muy modesta).
Con esta mujer que entrega todo, Jesús señala cuál es el verdadero culto. Subraya que el abandono en manos de Dios es lo que separa a la viuda pobre de los ricos y de los escribas. Su confianza en Dios la hace obrar “con todo su corazón, con todas sus fuerzas”, cumpliendo así el mandamiento más importante de la ley (Mc 12,29-31). Con su actitud ante Dios y con el culto que practica, refleja una fe sin reservas, una humildad sincera y una confianza absoluta. Por eso, esta viuda anónima fue un ejemplo para los discípulos y lo sigue siendo para nosotros.
Notemos que Jesús no condena las grandes ofrendas de los ricos, pero sí señala que la ofrenda de esta mujer es aún más grande. Lo calcula, no basado en lo que ella da, sino en lo que le queda. Notemos también que ésta no es una historia que Jesús utilizaría de ejemplo para decirnos que vayamos y hagamos lo mismo. No requiere que echemos hasta el último centavo que tenemos al cesto de ofrenda. Más bien, nos advierte para que ofrezcamos cosas de valor en silencio y sin llamar la atención.
¿Cuáles son mis dos mejores monedas que quiero entregar hoy para construir el Reino de Dios?