Por P. Fernando Pascual
Por miedo miles de personas se someten a presiones externas y pierden esos dones maravillosos de su libertad y de su honradez.
Por miedo a perder el trabajo, un oficinista firma un documento falso preparado por su jefe.
Por miedo a contraer una enfermedad infectiva, una persona renuncia a su libertad de movimiento y queda encerrada por semanas en su hogar.
Por miedo a ser expulsada de casa, una joven toma la terrible decisión de eliminar la vida de su hijo a través del aborto.
Por miedo a ser calumniado, un político vota a favor de una ley a la que considera abiertamente injusta y dañina para la gente.
Por miedo a ser fusilado, un soldado dispara sobre algunos civiles encontrados en una aldea.
Por miedo a no recibir ayudas, un ciudadano vota a un partido político famoso por su corrupción e incompetencia.
Por miedo a las amenazas de un policía, una persona se somete a una orden injusta sin ninguna garantía de defensa jurídica.
Son muchos los miedos ante amenazas y ante consecuencias dañinas que llevan a la gente a renunciar a sus principios, a someterse a los poderosos, a perder sus libertades.
Así, renuncian a usar ese don de la libertad, con la que podrían defender lo justo, lo bueno, lo bello, y se someten a las presiones externas para evitarse problemas y para no perder dinero o bienes materiales.
Quienes desean aumentar su poder sobre otros, en las fábricas o en las ciudades, en las oficinas o en los Estados, explotan y favorecen miedos para impedir a otros defender sus derechos fundamentales.
Sobre todo, buscan que el miedo paralice el sano uso de la libertad, especialmente para que otros no defiendan puntos de vista que merecen ser escuchados en un sano debate público.
Sabemos que hay miedos que van en contra de todo aquello que dignifique al ser humano. Porque lo propio de nuestra humanidad radica precisamente en esa fuerza interior con la que podemos decir no al mal y sí al bien, incluso con heroísmo.
Ante amenazas y presiones de todo tipo, ha habido y hay hombres y mujeres valientes, dispuestos a perder bienes fundamentales, con tal de seguir su conciencia y orientar su libertad hacia lo que realmente vale la pena.
No tiene sentido, según la famosa frase de Juvenal, perder los motivos del vivir con la excusa de que hay que salvaguardar la propia vida.
Al revés, es hermoso, incluso heroico, estar dispuestos a la muerte con tal de mantener en pie esa libertad que nos permite orientar nuestra existencia desde el amor a Dios y a los demás seres humanos.