Por P. Fernando Pascual
“¡Quiero confesarme!” Era la petición de un joven de 20 años a un obispo en una cárcel de Checoslovaquia…
¿Qué había ocurrido? En las memorias sobre sus años de clandestinidad y de condenas, el cardenal Ján Korec narra la conversión de ese joven con el que coincidió en la cárcel de Valdice.
Korec, católico eslovaco, había nacido en 1924. Entró en el noviciado de los jesuitas en 1939, y fue ordenado sacerdote en 1950, cuando el comunismo dominaba en la que entonces era conocida como Checoslovaquia.
Al año siguiente, fue consagrado, clandestinamente, como obispo. Ejercía su ministerio a escondidas. Al mismo tiempo, realizaba diferentes trabajos en fábricas y otras ocupaciones.
En 1960 fue arrestado. Tras el proceso, recibió una condena de 12 años de cárcel. Buena parte de su historia está narrada en un libro traducido a varios idiomas.
Entre las muchas anécdotas que cuenta Korec, una se refiere a la conversión de un joven que pensaba y vivía muy lejos de Dios.
Ambos estaban en la cárcel de Valdice (ahora República Checa), a inicios de la década de 1960.
El joven, Janko, había sido arrestado cuando intentó pasar la frontera sin permiso. Un día se acercó al obispo Korec (a quien llamaba simplemente “señor Korec”) para hablar con él.
Después de escuchar la historia del joven, Korec le preguntó si pertenecía a alguna religión. El joven simplemente dijo: “Yo vivo mi vida y no me ocupo de esas cosas”.
Al día siguiente el joven volvió a pedir a Korec que hablasen juntos. Con sinceridad, de modo directo, el obispo dijo al muchacho:
“Me has dicho que vives tu vida y no te ocupas de esas cosas… ¿Piensas que esta respuesta tiene sentido? ¿Que sea razonable y duradera? Escucha: si tú me hubieses dicho que no te interesa saber cómo se tejen los vestidos o cómo se extrae el petróleo, yo habría pensado que no todo te puede interesar. Los vestidos son competencia del sastre, el petróleo del geólogo.
Pero hay cosas que deberían interesarnos a todos, porque se refieren no solo al sastre, sino al hombre en cuanto hombre.
Una de esas cosas es la pregunta de si exista o no exista Dios. Es una pregunta que se dirige a todo hombre, porque de ella depende nuestra vida desde ahora hasta la eternidad.
Y tú me has respondido que esto no te interesa porque ‘vives tu vida’… ¿Es eso una respuesta? ¿Qué es ‘tu vida’? ¿Me puedes decir con seguridad que todavía la tendrás dentro de un mes? ¿Me lo podrías decir con certeza absoluta?”
El joven quedó sorprendido ante estas preguntas tan directas. Tras una pausa de reflexión, confesó que no tenía certeza absoluta de que estaría vivo dentro de un mes.
Korec continuó: “Entonces, ¿podrías decirme con absoluta certeza que mañana por la mañana tendrías todavía ‘tu vida’? Atención: ¡con absoluta certeza!”
Los dos caminaban en silencio. El joven respondió como antes: “No, ni siquiera podría afirmar eso con certeza absoluta…”
El joven obispo (Korec tenía apenas unos 37 años) continuó sus reflexiones para explicarse mejor:
“Ni tú, ni yo, podemos retener nuestra vida como quisiéramos. La hemos recibido sin pedirla y sin méritos, y la perderemos aunque nos opongamos. Y ello puede ocurrir esta noche…
¿Ves cómo los hilos de nuestras vidas se encuentran más allá de nuestras posibilidades de acción? Alguno los tiene en su mano… Ese alguno es Dios. Y por eso Dios no puede resultarte indiferente. Porque, lo aceptes o te alejes de Él, un día te encontrarás delante de Él…”
Había terminado el tiempo de descanso. Al día siguiente, el joven Janko buscó de nuevo al obispo, y le preguntó: “Señor Korec, cuando muera, ¿nos volveremos a ver?”
Korec respondió desde la Biblia: “Todo depende de si estaremos ambos en la parte justa o en partes opuestas”. Y explicó esta idea tan radical que leemos en el Evangelio.
El joven tomó el brazo del obispo y le dijo: “Señor Korec, créame, ¡Dios existe! ¡Dios existe! Créalo: ¡Dios existe!”
Había dado el gran salto hacia la fe. El rato de conversación llegaba a su fin, pero el joven quería seguir hablando sin dilación.
Se separaron. Pasó una hora, y se abrió la celda de Korec. Fuera estaba Janko con un funcionario. Había conseguido que los enviasen juntos a limpiar escaleras…
Durante el trabajo, el joven dijo: “¡Necesitaba estar con usted! ¡Quiero confesarme!”
Siguieron dos semanas de preparación para vivir a fondo ese hermoso sacramento de la misericordia. Luego, aquel joven pudo acoger el perdón de Dios, y recibir también la primera comunión. Por fin, era un hombre feliz.
(La historia de la conversión de este joven está narrada por el mismo Korec, que llegó a ser cardenal, en esta obra: Ján Chryzostom Korec, La notte dei barbari, Piemme, Milano 1993).
Imagen de Džoko Stach en Pixabay