Los palmares del periodista tamaulipeco, Arturo Zarate Ruiz, son extensos. Sus bastos estudios en asuntos binacionales (México/Estados Unidos) y políticas públicas lo han llevado a obtener reconocimientos como el Premio Internacional de Literatura 2009 o el Premio Nacional de Periodismo 1984. Además, es un católico convencido de que muchos temas se deben informar y filosofar desde la fe
Por Rubicela Muñiz
Arturo, cuéntenos un poco sobre usted y cómo ha cambiado su perspectiva de vida el ser periodista.
Casado. Nací y vivo en Matamoros, Tamaulipas. Estudié Ciencias de la Comunicación y aún antes empecé a trabajar como periodista. Además del olor a tinta (que lo había en las redacciones antiguas), nos mueve el ideal de mejorar el mundo. Creemos que al informarnos y al informar tomaremos decisiones más apropiadas. Con el tiempo, algunos descubrimos que para ser mejores debemos también mejorar nosotros mismos.
Dentro de todos los proyectos que ha realizado, como profesional de la investigación, le ocupan y preocupan temas como la fe, la cultura, la familia, la vida ¿qué lo lleva a darles voz?
Trabajo en una institución de investigación científica. Muchos asuntos los podemos y aun debemos estudiar sin preocuparnos por las causas últimas, por ejemplo, las políticas públicas sobre seguridad en la frontera. Hay asuntos, sin embargo, que requieren indagar sobre esas causas, por ejemplo, ¿qué es “seguridad”?, ¿qué es la “justicia”?, ¡vamos!, ¿qué es la “verdad”? Se pueden sondear “científicamente” las preferencias del público, pero que las mayorías prefieran matar judíos, como ocurrió en Alemania, no hace su preferencia razonable. ¿Qué es lo razonable, qué es lo bueno?
Esto lo debemos de responder de modos que trascienden la ciencia moderna. Ésta, nos dice Popper y lo había dicho ya Hume, no pronuncia juicios de valor. Uno entonces tiene que filosofar e inclusive incursionar en lo que nos informa la fe.
En cuanto a los asuntos fronterizos, ¿qué obligaciones y compromisos le ha traído estar involucrado en ellos?
Mi institución investiga principalmente asuntos fronterizos. Mi obligación es hacerlo científicamente y publicar mis hallazgos en revistas o en libros arbitrados, por ejemplo, sobre controversias entre Estados Unidos y México, o sobre el vigilantismo en Tamaulipas y las políticas públicas para devolver al Estado la aplicación de la ley. Hay preguntas que, sin embargo, no pueden responderse según la ciencia moderna, por ejemplo, ¿por qué el Estado, y no cualquier individuo, debe encargarse de darle vigor a la ley y establecer la justicia? Debemos entonces filosofar e inclusive informarnos en la fe.
¿De qué estuvo enamorada su generación, que hoy los ha desilusionado o los mantiene en lucha?
Me es difícil pensar que represento a una generación. Sin embargo, como fronterizo recuerdo que miles de nuestras familias perdieron su patrimonio tras gobiernos populistas cambiar nuestros dólares por pesos y luego devaluar nuestra moneda. Por supuesto, antes de devaluar, los políticos ladrones se quedaron con lo que nos hubiera correspondido del valor previo del dólar. De allí que, sin tener que ser, según etiquetas, de “izquierda” o de “derecha”, la rendición de cuentas es hoy una demanda casi unánime en México.
Me preocupa más algo que ha afectado ya a muchas generaciones: el predominante secularismo anticristiano que pervierte la educación y la academia, y sustituye la búsqueda de la verdad por modas intelectualoides, modas a las cuales, aunque no nos rindamos a ellas, no podemos de dejar de trabajar inmersos en ellas. Cuando me desanimo frente a lo que parece imposible enfrentar, recuerdo que por dos milenios se ha perseguido y aplastado a la Iglesia, y recuerdo, como según recuenta G. K. Chesterton, que aunque muchas veces la han declarado toditita muerta, surge de nuevo con mayor vitalidad.
Constantemente promueven la lectura, ¿qué descubrimos a través de ella?
Por prudencia, hay que actuar informados. Por supuesto, hay que escoger buenos libros. Los católicos deberíamos ser como los evangélicos que llegan a memorizarse las Escrituras, eso sí, nosotros con la guía de nuestros pastores.
¿Tiene un escritor favorito, que le inspiré?
Ya mencioné las Escrituras y a Chesterton. Entre los filósofos leo a Aristóteles, santo Tomás y Gracián. Me gustan los sonetos de sor Juana. Entre los novelistas, Tolkien, y, por puro entretenimiento, Agatha Christie. Ahora bien, no todo son libros. De hecho, muchas veces prefiero una buena homilía en Misa, es más, una buena conversación con los amigos. Prefiero comer frijoles en bola bien acompañado que salpicón de jaiba en soledad.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de diciembre de 2021 No. 1381