II Domingo de Adviento
5 de Diciembre de 2021
Lc 3,1-6
Por P. Antonio Escobedo c.m.
Iniciamos la segunda semana de Adviento con la mirada puesta, de nuevo, no sólo en la Navidad este año, sino la venida gloriosa de Cristo al final de la historia. La segunda vela que encendemos en la corona de Adviento nos ayuda a mirar con amable ilusión nuestro caminar hacia el Señor.
En el evangelio, con un prólogo histórico muy solemne, Lucas presenta la figura de Juan el Bautista, el precursor inmediato de Cristo Jesús. El evangelista menciona siete personas poderosas en el mundo político y religioso. La palabra de Dios, sin embargo, no llegó a ninguno de ellos. El Emperador podría ser muy reconocido, pero su corazón no podía acoger el mensaje divino. Tampoco, como parecería lógico, el sacerdote Caifás; a pesar de ser el único sacerdote privilegiado para entrar en el lugar “Santo de los Santos” del Templo, no es elegido para recibir la voz de Dios. En vez de eso, la Palabra llegó a Juan, un hombre cuya única distinción es que Dios le ha elegido.
En el Adviento, de nuevo se nos recuerda que Dios escoge a las personas que menos imaginamos. Qué extraño que Dios escogiera a María, una joven sin casar. Qué extraño que Dios escogiera a Juan, un hombre que vestía piel de camello. No nos extrañemos que también Dios nos tome para algún proyecto especial. ¿Ya tenemos claro para qué hemos sido escogidos?
La proclamación de Juan no es en Roma ni en Jerusalén ni en el Templo, sino en el desierto que también parece un lugar extraño para que se manifieste la Palabra de Dios. ¿Por qué este lugar? La mayor parte del desierto está despoblada, por lo que la proclamación de Juan quedaría sin ser escuchada, a menos que la gente vaya ahí para oírle. El desierto es importante porque ha sido el lugar privilegiado donde Dios ha formado a su pueblo. Es el lugar de la prueba, pero también de la manifestación.
Dios sigue obrando hoy en el desierto de nuestras vidas. Parece que nos encontramos más dispuestos a oír la Palabra de Dios cuando la vida parece más árida. El desierto, después de todo, es el lugar de encuentro con Dios. Cuando has atravesado por un desierto espiritual ¿de qué manera se te ha manifestado el Señor?
En las palabras de Juan encontramos la manera de preparar nuestros corazones para recibir al Señor. La consigna es actual y concreta, y todos sabemos qué puede significar la invitación de “preparar el camino del Señor, allanar los senderos, elevar los valles…». En nuestra vida hay cosas que sobran e impiden nuestra marcha. Hay huecos y deficiencias que tenemos que rellenar. Hay desvíos que habremos de enderezar. El Bautista invita a corregir, a cambiar de rumbo. Si nos hemos equivocado de camino, hay que dar marcha atrás. Recordemos que todavía necesitamos ser perdonados. Tengamos presente que Dios todavía nos perdona.
Este Adviento y esta Navidad no nos pueden dejar igual. Que nuestra alegría refleje que estamos acercándonos a Dios. Plasmemos en nuestro corazón las palabras del Salmo que hemos proclamado: “estamos alegres” y nuestra “boca se nos llena de risas y la lengua de cantares”. Con el nacimiento de Jesús, ¿acaso no podemos decir que “el Señor ha estado grande con nosotros” y que “nos guiará entre fiestas a la luz de su gloria, con justicia y su misericordia”?