Por Tomás de Híjar Ornelas
“La crítica debe hacerse a tiempo; no hay que dejarse llevar por la mala costumbre de criticar sólo después de consumados los hechos.” Mao Tse – Tung
Don Franco Coppola, Arzobispo titular de Vinda y Nuncio apostólico en México desde el 2016 acaba de anunciar que el Papa Francisco le ha pedido pase con el mismo rango a Bélgica.
Estará entre nosotros hasta el 1º de enero del 2022 y nos dejará una estampa clara como representante de Francisco, es decir, consciente de lo que implica su doble posición como ministro ordenado y como embajador del estado más pequeño del mundo con un ascendiente moral muy grande.
El diplomático, oriundo de Lecce, Italia –donde nació hace 64 años–, se ordenó presbítero a la edad de 24 para el clero de Otranto, alcanzó el rango supremo de su gremio en Burundi (2009) y lo ha sostenido en las representaciones diplomáticas en la República Centroafricana y el Chad (2014) antes de arribar a nuestro país. Su nueva encomienda le devuelve a Europa y a un reino donde su oficio es clave respecto en el viejo continente por las instancias internacionales que allí se acogen.
El nuncio, a decir de Karina Suárez, del diario El país, “deja un país enclavado en un centenar de homicidios diarios, en una lucha urgente contra las agresiones machistas y una Iglesia duramente criticada por el encubrimiento de abusos sexuales” o que ha dejado de anunciar el Evangelio a tiempo habiendo él mismo sido “una voz firme contra la violencia del crimen organizado” en los últimos meses.
Que así lo condense la mirada externa y objetante de una analista no confesional tiene dos caras: que la percepción externa del Nuncio Coppola como representante de la administración del Papa argentino en un pueblo mayoritariamente católico pero “abrasado por la violencia y la corrupción” no es ajeno a su trayectoria por lugares tan carcomidos por desastres sociales como el Líbano, Burundi y Colombia, y que la función de su legado no sólo es legítima sino también necesaria.
En fechas muy recientes, pero situándose en las antípodas de lo que apenas señalamos, un antecesor suyo en el cargo, don Girolamo Prigione (1921 – 2016) tuvo ante sí la friolera de 19 años para clavar la reja de un arado en el surco de la historia reciente de la Iglesia en México, sobre todo en lo relativo al nombramiento y promoción del perfil de los obispos que a la fecha la representan.
Sus criterios y postulados siguen entre nosotros, por lo que resultaría temerario adelantar sus frutos, no así lo que finalmente, digámoslo de forma clara, Francisco a través de don Franco Coppola, nos deja: una huella de conciencia clara en torno a la necesidad de llevar a Cristo incluso a los ambientes donde menos se le echa de ver –y que quizá por eso es donde más se le necesita–, los del gobierno del mundo, pero ya sin las alianzas entre el altar y el trono que caracterizaron los tiempos del cesaropapismo.
Agradezcamos al Nuncio Coppola su gestión valiente, intrépida, serena, discreta y muy respetuosa hacia una encomienda doble tan compleja como seguirá siendo la suya en los muchos años que esperamos se siga desempeñando como lo hizo entre nosotros, atento a la premisa que quien ahora representa a Pedro, según él mismo lo ha contado, les pidió a sus representantes diplomáticos: “No se sientan príncipes”.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de noviembre de 2021 No. 1377