Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Está próxima la celebración de la Navidad. El nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, Hijo de María Santísima, nos permite tener en alta estima, el valor de toda persona humana. En virtud de la Encarnación y del Nacimiento del Hijo de Dios Padre entre nosotros nos permiten valorar a lo divino las realidades humanas y además suscita en el interior el embelesamiento más sublime: Dios se abaja, para ser uno de nosotros, uno con nosotros; estar ‘cerquitita’, ‘juntitito’,-con perdón de las reglas de la gramática castellana, de modo que nada humano es extraño para él y se hace de hecho, el Dios con nosotros, que nos acompaña en el camino de la vida.
Con su presencia santifica las realidades terrenas. Cristo Jesús, nacido en Belén, debe de ser el centro de nuestras celebraciones navideñas. De él surge nuestra alegría; el nos introducen en la verdadera relación con los demás: son nuestros hermanos; son de ‘casa’. Por él y a través de él, deben desaparecer los enfrenamientos. Por él, nuestro empeño debería de ser construir nuestro espacio vital de justicia y de paz.
Por eso la vida se trasforma cuando se vive en perspectiva de ‘fe’. Todo tendrá un sentido extraordinariamente profundo.
Ahí está el encuentro de estas dos mujeres embarazadas; una, María Santísima Virgen, en cuyo seno por obra del Espíritu Santo florece el ‘Pimpollo de Jesé’; y su prima Isabel, quien cuenta ya el sexto mes, la que llamaban estéril, lleva a Juan, quien será la ‘voz en el desierto’ y se adelanta con la danza intrauterina de alegría, ante la presencia de la Arca de la Nueva Alianza, portadora del Mesías (Lc 1,39-45). ¡Qué maravilloso saludo que oramos con gozo y ternura: ‘Bendita entre todas las mujeres y bendigo el fruto de tu vientre’, – y añadimos, Jesús, ¡en lo que llamamos ‘el Ave María’!
Isabel creyó a la Palabra del Señor, por eso, siendo estéril, es ahora madre; ella misma bajo su propia experiencia y bajo el Espíritu Santo, confesará la grandeza de su prima María: ‘Dichosa tú que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor’.
María Santísima, -como lo señala magistralmente el gran san Agustín, ‘Concibió primeramente en su corazón al -Verbo Palabra- y luego en sus entrañas, ‘Prius concepit mente quam corpore’. Pero, también nosotros podemos ser dichosos si creemos. Así lo señala el mismo san Agustín, en otro pasaje, comentario al Evangelio de san Lucas: ‘…bienaventurados también ustedes que han oído y han creído: pues toda alma que cree concibe y engendra al Verbo de Dios’ (In Luc 2, 26).
Creer es nuestra verdadera navidad: Jesús nace en nuestro corazón. Hay ciertamente muchas cosas bellas en el ambiente festivo de la Navidad; pero lo central es que seamos dichosos por creer para que nazca en lo profundo de nuestro ser el Niño Jesús.
El quiere hacerse hombre, para que nosotros seamos Dios, por participación. Él, partícipe de nuestra humanidad y nosotros partícipes de su divinidad.
Las disposiciones del corazón de la Virgen Santísima, tienen que ser nuestras disposiciones interiores. San Bernardo nos lo señala: ‘La Virgen es ella misma el camino real por el cual ha venido nuestro Salvador. Deberíamos buscar caminar hacia nuestro Salvador por el mismo camino por el cual él ha venido a nosotros’ (Sermones de Adviento, 5). En otras palabras, ‘Ad Jesum per Maríam’,- a Jesús por María.
Si es dichosa María Santísima por creer, nosotros también lo podemos ser si creemos como María, con un corazón sincero, dispuesto y trasparente. Lo confirma Blaise Pascal, quien vivió el gozo de la fe cristiana: ‘nadie es tan feliz como un cristiano auténtico’.
Si creemos de verdad, saltaríamos de gozo, contagiaríamos nuestra felicidad, esa que procede de Jesús y suscita el Espíritu Santo ¿Por qué se apaga a veces la felicidad cristiana? Quizá porque se le deja en ciertos registros costumbristas, de moralidad, pero no ha penetrado en Espíritu Santo, como en María Santísima, como en santa Isabel, como Juan bautista, aún antes de nacer.
Elucubrar mucho de sociología religiosa,- experto en ciencias religiosas, a veces lleva a una frialdad, sin corazón; ser conocedor para golpear a los cristianos y católicos; o ser muy creyente sin ciertos conocimientos de fe y razón, puede conducir a la superstición. Volar con las alas del espíritu, la fe y la razón, como nos enseñó san Juan Pablo II, es necesario en nuestro tiempo, para ‘dar razón de nuestra esperanza’, como nos enseña san Pedro.
Ser cristiano, más allá de todas las posturas de observancia, es necesario sentir la cercanía de Dios; sentirse afectivamente amados por el Señor, con una gran convicción. María Santísima, es el modelo de la fe sentida y confiada. Si creo en el Dios del Amor, el que se acercó en Belén, entonces amaré siempre.
Si el Señor, el Niño de Belén me acompaña, lo he de descubrir en los necesitados; acompañarlos como yo mismo soy acompañado por él. Hay muchos hermanos enfermos, pobres o víctimas de la soledad: puedo hacerme cercano y compartir mi alegría y mi esperanza.
La Navidad, nos puede librar de vivir en los ‘gettos’ de grupos diferenciados: los niños, para el kínder o la guardería; los viejos para los asilos; los enfermos para los hospitales; a los satisfechos, se les escapa la felicidad.
El encuentro de María e Isabel, es el espacio de la más bella acogida, el mutuo abrazo, el compartir el proyecto de Dios, como acontecimiento de salvación. Dichosas ambas por creer en el Dios de la Alianza, antigua y nueva; dichosos nosotros si en la fe de Jesús, acogemos a nuestros hermanos.