Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC
Si nuestro mundo contemporáneo enfrenta diversas crisis, en la familia parece que se dan cita todas ellas de modo muchas veces dramático.
Es en la familia en donde se experimenta de modo inmediato el cambio de mentalidades; quizá auspiciado más que nunca por la revolución digital, que de por sí trae grandes beneficios, pero tiene su lado oscuro: olvidar la cultura como ‘paideia’, es decir, como un sistema orgánico de conocimientos, virtudes y valores humanos, en lo pequeño y en lo grande. Se infravalora el libro que es …’un recipiente donde reposa el tiempo. Una prodigiosa trampa con la que la inteligencia y la sensibilidad humana vencieron esa condición efímera, fluyente, que llevaba la experiencia del vivir hacia la nada del olvido’, como lo dice Emilio Lledó en ‘Los Libros y la libertad’, citado por Irene Vallejo en ‘El infinito en un junco’, quien da cuenta del proceso de los libros en la antigüedad.
Crisis en la convivencia: incomprensiones entre los esposos; enfrentamientos, disgustos, malos tratos; los hijos víctimas de este ambiente enrarecido y doloroso, germen de futuras violencias aprendidas en casa; rivalidad entre los hermanos por las envidias, los celos, diferencias de caracteres y puntos de vista.
Aunque la situación de nuestro tiempo es difícil bajo diversos puntos de vista, como el económico, el político, el educacional, el religioso, y sobre todo el del crimen que nos amenaza y la impunidad que se pasea en sus reales, con la justicia olvidada y los escándalos cotidianos de la corrupción condenada y todavía practicada, las familias se ven disminuidas en hijos.
Ante este panorama desolador, tenemos el ejemplo prototípico de la Sagrada Familia, la ‘Trinidad en la tierra’. ‘Dios quiso nacer y crecer en una familia humana. De este modo, la consagró como camino primero y ordinario de su encuentro con la humanidad’, como lo señala hermosa y sintéticamente Benedicto XV (31 dic 20069).
Tenemos a Jesús que honró a la Santísima Virgen María y a san José, permaneciendo sometido a su autoridad (Lc 2, 51 ss). Aunque como persona divina, Jesús quien vive permanentemente su comunión con el Padre ya que tiene con él y el Espíritu Santo la única esencia divina, en su condición humana, aprendió la cultura hebrea, el trato con Dios, el conocimiento de las Escrituras, su amor al Templo, las peregrinaciones anuales por tiempo de pascua en orden a las subidas a Jerusalén, la Ciudad Santa.
Durante tres días buscaron a su hijo Jesús; lo encontraron en el Templo en medio de los doctores. Ante la zozobra de la Madre Jesús y de san José, a sus doce años, les recuerda su misión: debe ocuparse en las cosas de su Padre (Lc 2,41-52).
Así podemos reconocer la vocación y la misión de la familia: ser comunión de personas, acompañarse en el camino de la vida, descubrir progresivamente a Dios y conocer su plan maravilloso sobre nosotros y cada uno.
Es en la familia donde se aprende y se puede vivir la ‘paideia cristiana’, es decir, el conocimiento de Dios y la vivencia con él afectiva y nuestros deberes para con él; nuestros deberes para con los demás, incluidas las obligaciones ciudadanas, todo de cara a asumir nuestras responsabilidades en la Iglesia y en la sociedad.
En cierta manera, la familia puede ser ‘sacramento’ del amor de Dios; a través del amor se hace sensible y visible el amor de Dios. Al ser icono de la Trinidad, se puede luchar por vivir la unidad de las personas, respetando la diversidad de las personas y lo que conlleva de riqueza, de cara a su complementariedad.
Valdría la pena releer en familia estos textos del Eclesiástico o Sirácide (3, 3-7.14-17) para conocer y recordar siempre los deberes de los hijos para con los papás; también este pasaje de san Pablo a los Colosenses (3, 15-16) para llevar la vida familiar según la voluntad del Señor.
Participar en la eucaristía dominical o en la santa misa, nos da la gracia de la trasformación que Jesús realiza en nosotros para vivir en plenitud y cada día la comunión con la familia divina y nuestra familia humana, en la comunión de las personas.
Si queremos mejorar la sociedad, colaboremos en mejorar y apoyar a las familias con todos nuestros medios y capacidades, ya que constituyen la célula de toda sociedad y de la Iglesia.
Podemos acercarnos, como los pastores humildes y sencillos al Nacimiento o a nuestro Belén, para contemplar a esta Sagrada Familia. Honremos a cada uno de los personajes y a su entramado de personas, para que nos adentremos en el Misterio de Dios- Amor-Comunión-Familia, que aparece en ellos con su resplandor de sencillez, de obediencia y sobre todo de Amor- Comunión de personas.