Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Pasamos por diversas crisis que zarandean nuestra fe, en diversos momentos y en diversas circunstancias.

Hostilidades desde fuera o las debilidades interiores por el miedo que amenazan la quilla de nuestra existencia, en medio de la noche oscura, del vendaval inmisericorde y del terror a anegarse.

Jesús siempre está cerca, en medio de las tempestades, aunque el miedo puede cegarnos y percibir un fantasma o una ilusión o una quimera, como pasó a los discípulos (cf Mt 14, 22-33).

Los creyentes pasamos por momentos turbulentos de grandes confusiones, de faltas de certeza, de grandes dudas.

Ante la vacilación que experimenta Pedro en medio de la tormenta, está la suplica de él y nuestra propia plegaria: ‘Sálvame Señor, que perezco’. Es la adhesión plena a Jesucristo quien murió y resucitó para salvarnos, quien acude en nuestra ayuda siempre, más allá de principios teóricos, la plegaria intima, a veces desgarradora de nuestro propio corazón nos puede llevar a buen puerto.

A veces el peso del mal nos paraliza y hace que perdamos la esperanza y nos hunda la desazón.

Es necesario tener la confianza en Jesús quien nos invita a depositarla en él ‘porque ha vencido al mundo’.

Es temerario fiarnos de nosotros mismos, de nuestras propias fuerzas o de una oración débil, falta de fe profunda.

El Señor nos dará la paz interior aún en medio de las tempestades. La oración derrota el miedo y fortalece la fe.

La Barca de Pedro es zarandeada, como los fieles cristianos en las olas fluctuantes de este mundo, en las familias, en los matrimonios, en las empresas, en la salud. Vientos contrarios por las hostilidades e incomprensiones.

No temamos, confiemos en Jesús; él es nuestra Roca y fortaleza, él es la Salvación: ‘Soy yo’, -nos dice; ‘no tengan miedo’. ‘Soy Jesús’,- Yavé yesh, el Dios vivo y verdadero que se ha revelado y es Acontecimiento de salvación, el que siempre acompaña para salvar.

 


 

Por favor, síguenos y comparte: