Por Tomás de Híjar Ornelas

“El mayor de los beneficios que pueden hacerse a un pueblo, es enseñarle a la vez los deberes de un buen cristiano y un buen ciudadano.” Jerónimo Usera

Coincidiendo con la última semana de este año litúrgico el 28 de noviembre del 2021, la Asamblea Eclesial de representantes de la Iglesia católica en Iberoamérica concluyó sus siete días de actividades, de forma virtual y presencial, desde la sede de la Conferencia del Episcopado Mexicano.

En este marco, ofrecieron a la opinión pública un Mensaje al Pueblo de América Latina y el Caribe, con la siguiente clave de interpretación: “repensar y relanzar la misión evangelizadora en las nuevas circunstancias latinoamericanas y caribeñas […] para someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de la vida”.

Desde tal tesitura, dicen, será a través de la sinodalidad (el de la escucha mutua y el discernimiento comunitario) como se aborde el manejo pastoral derivado “[del] dolor de los más pobres y vulnerables que sufren el flagelo de la miseria y las injusticias”, no menos que “el grito de la destrucción de la casa común y la ‘cultura del descarte’”, que se ensaña, dicen, en conductas tan perversas como lo son el feminicidio, la migración forzosa, el desamparo a los ancianos y la segregación de los indios y de los afrodescendientes por motivos raciales.

Lamentan, sí, las desigualdades sociales agudizadas por la pandemia del covid 19 pero también “el clericalismo y el autoritarismo en las relaciones, que lleva a la exclusión de los laicos, de manera especial a las mujeres en las instancias de discernimiento y toma de decisiones sobre la misión de la Iglesia, constituyendo un gran obstáculo para la sinodalidad”. Y al respecto, añaden: “Nos preocupa también la falta de profetismo y la solidaridad efectiva con los más pobres y vulnerables” de parte de quienes tienen la obligación y el deber de hacerlo, como es el caso de los ministros ordenados.

El mensaje deposita su esencia en las expectativas que propone a los católicos el actual Obispo de Roma a partir del “camino sinodal”, es decir, de la recepción de “un significativo espacio de encuentro y apertura para la transformación de estructuras eclesiales y sociales que permitan renovar el impulso misionero y la cercanía con los más pobres y excluidos”.

Es así como nos ofrecen los siguientes “desafíos y orientaciones pastorales”:

  • “La necesidad de trabajar por un renovado encuentro de todos con Jesucristo encarnado en la realidad del continente;
  • de acompañar y promover el protagonismo de los jóvenes;
  • una adecuada atención a las víctimas de los abusos ocurridos en contextos eclesiales y comprometernos a la prevención;
  • la promoción de la participación activa de las mujeres en los ministerios y en los espacios de discernimiento y decisión eclesial.
  • La promoción de la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural;
  • la formación en la sinodalidad para erradicar el clericalismo;
  • la promoción de la participación de los laicos en espacios de transformación cultural, política, social y eclesial;
  • la escucha y el acompañamiento del clamor de los pobres, excluidos y descartados.
  • La renovación de los programas de formación en los seminarios para que asuman la ecología integral, el valor de los pueblos originarios, la inculturación e interculturalidad, y el pensamiento social de la Iglesia como temas necesarios, y todo aquello que contribuya a la adecuada formación en la sinodalidad.

Todo ello lo condensa una frase: “vivir la conversión pastoral como camino de la sinodalidad”, condición sin la cual no es posible aprender “a caminar juntos como Iglesia Pueblo de Dios involucrando a todos sin exclusión, en la tarea de comunicar a todos la alegría del Evangelio, como discípulos misioneros en salida”. Sinodalidad y misión / Misión y sinodalidad. He ahí el dilema que nos ofrece esta Asamblea, una vuelta de tuerca a la estrategia global e integral del Papa Francisco.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 5 de diciembre de 2021 No. 1378

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