Por P. Fernando Pascual

Hay muchos modos de hablar del tiempo: de lo que pasó el año anterior, del mes que ha terminado, de lo que pensamos hacer la próxima semana, del proyecto para dentro de tres años.

Vemos el tiempo en dos dimensiones. Una, lo que pasó, y no podemos cambiarlo. Otra, lo que está por ocurrir, y no hay seguridad de que ocurra.

En ocasiones, usamos expresiones que indican que ya no queda tiempo, que urge hacer esto o lo otro cuanto antes, que posponer aquel asunto tendrá consecuencias más o menos graves en las próximas semanas.

En esas expresiones manifestamos, por un lado, cierta inquietud, sobre todo si tenemos miedo a tomar decisiones equivocadas o a omitir otras que resultan urgentes. Por otro, cierta seguridad: si emprendemos a tiempo una tarea, lograremos resultados importantes y también, así lo esperamos, buenos.

En realidad, ninguna opción en el presente tiene garantías de lograr las metas previstas para el futuro, porque el futuro está rodeado de mil imprevistos que ni la mejor computadora del mundo puede controlar.

La incertidumbre respecto del mañana, además, se construye desde dos experiencias. La primera: nosotros estamos sujetos a cambios de todo tipo. La segunda: las demás personas, el clima, la tierra, no garantizan nada estable.

A pesar de las incertidumbres que rodean el futuro, sabemos que podemos tomar decisiones buenas, al menos en sus ideales. Luego, lo que pase queda en manos de Dios y de una historia humana llena de imprevistos.

Por eso, cuando tomamos conciencia ante el tiempo que nos queda de nuestras responsabilidades y de todo aquello que puede influir en otros, podemos realizar decisiones más prudentes y, sobre todo, más buenas.

Así actuamos según la esperanza, esa virtud que nos permite confiar en Dios y en tantas personas buenas que abren horizontes de justicia y de consuelo, y que nos impulsa a decisiones orientadas a mejorar un poco la vida de quienes de algún modo están relacionados con nosotros, mientras recorremos juntos una parte del camino de la historia humana.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de enero de 2022 No. 1383

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