Por P. Fernando Pascual
Ocurre con cierta frecuencia. Vemos algo como bueno. Quisiéramos llevarlo a cabo. Pero por miedo, o por pereza, o por distracción, todo queda en simples deseos.
Pensemos en un tema de cierta importancia: donar sangre. Uno reconoce que es algo bello, que vale la pena, que resultaría posible porque goza de buena salud.
Ese excelente deseo queda aparcado por meses, quizá por años, porque se limita a un quisiera nunca concretado en una decisión firme y operativa.
Esa persona puede tener un conocido o un amigo que dona sangre y empieza a animarle.
“No es tan difícil. La primera vez cuesta un poco más, pero luego el cuerpo se acostumbra. Son pocos minutos. En ese hospital lo hacen muy bien”.
Tal vez, ante esas palabras tranquilizadoras, el “quisiera” empieza a madurar, a acercarse al “quiero”.
Incluso el indeciso aspirante a donador responde a su amigo: “avísame cuando vayas la próxima vez, por si puedo acompañarte”.
Llega esa ocasión, el amigo invita, pero… pero el “quisiera” todavía no está maduro y encuentra excusas para posponer la “aventura de donar”.
Nos damos cuenta, entonces, de que no basta un querer débil, como tampoco vale un querer ayudado por buenos consejos. Hace falta un empuje decisivo para llegar al “quiero” verdadero, concreto, operativo.
Cuesta pasar del quisiera al quiero, pero no es algo imposible. Incluso se hace más fácil cuando vemos concretamente cómo llevar a cabo algo bueno rompe perezas y enciende el corazón de alegría.
Vale la pena, en una sencillo examen de conciencia, delante de Dios, preguntarnos si hay “quisieras” buenos que esperan ese paso decisivo que lleva al “quiero” concreto y eficaz.
Luego, con humildad, confianza, y prudencia, seremos capaces de dar un sí a un proyecto valioso, con el que abriremos en el mundo un pequeño surco, concreto y asequible, que genere belleza y esperanza…