Adolescentes y jóvenes quedan atrapados en el mundo de los influencers
Por Mónica Muñoz
Internet llegó para quedarse. Estamos viviendo la era de la comunicación inmediata gracias a las redes sociales que se dedican a compartir un maremágnum de información, la cual corre a gran velocidad. Nadie ha quedado exento de las tecnologías, sin embargo, tenemos otro fenómeno que se ha multiplicado sin control: la aparición de los llamados influencers. ¿Y quiénes son ellos? Si hiciera la pregunta a los chicos, inmediatamente me responderían sin vacilar, ya que para ellos son como sus familiares, porque los hay de todos tipos, edades y nacionalidades, unos dedicados a manualidades, a cocinar, a dar consejos de finanzas, de belleza y maquillaje, a viajar o simplemente a compartir videos insulsos, pero todos con un objetivo común: ser reconocidos, incrementar sus seguidores y, por supuesto, ganar dinero.
Porque antes, los medios tradicionales seleccionaban para nosotros los contenidos, ya que estábamos limitados a tres o cuatro canales de televisión y algunas estaciones de radio, o bien, se ampliaba el panorama con los periódicos y revistas, pero ahora es imposible abarcar todo lo que ofrece las redes, porque también, con la gran cantidad de información personal que damos en ellas, nos llega lo que podría interesarnos de acuerdo al nicho de mercado al que pertenecemos, pues ya saben todo sobre nosotros: nuestra edad, sexo, posición económica, comportamientos de compra, lugares que frecuentamos, horas que gastamos en el celular, etc., somos un libro abierto para los dueños de los nuevos medios. Y a pesar de eso, seguimos otorgando nuestra información personal para que sea usada como mejor les parezca.
El mundo virtual
Además, en ese mundo virtual, todo es posible: los hombres se transforman en mujeres y viceversa, los ancianos en jóvenes, los niños en expertos, en fin, que hay para todos los gustos. Hace poco se hizo popular un caso en el que una hermosa jovencita, con millones de seguidores, se había hecho famosa por compartir sus viajes en motocicleta. La sorpresa y el desencanto salieron a la luz cuando, por un pequeño descuido, el filtro usado por la persona que decía ser la chica, falló, dejando ver que el personaje era en realidad un hombre de 50 años. ¿Cuántos cayeron en el engaño? No lo sé, lo cierto es que quedó al descubierto que es muy fácil embaucar a cualquiera con una aplicación bien utilizada.
Personalmente, creo que ese no es el mayor daño, porque ahora sabemos lo que se puede hacer con un celular, pienso que lo grave es que nos dejemos llevar por los dichos y hechos de personas que ni siquiera conocemos. Y hay que ver que realmente abundan los “creadores de contenido”, como ahora se les llama a todos aquellos que graban un video y lo suben a las redes, esperando tener muchas reacciones.
Quizá los mayores no seamos presas tan fáciles, pero los jóvenes, adolescentes y hasta los niños, no corren la misma suerte. Para ellos un personaje de las redes sociales es un modelo a seguir, por eso no es extraño escuchar que los chicos, en vez de estudiar, quieran abrir un canal de videos o dedicarse a imitar a esos influencers, como si se tratara de escoger una carrera de provecho para ellos.
Y lo peor, es que admiran comportamientos nada recomendables como retos peligrosos que pueden perjudicar su salud física o mental. Es importante estar atentos a todo lo que ven nuestros hijos y procurar platicar con ellos cada vez más de los contenidos que se encuentran en internet, pues abundan las falsedades y exageraciones que solamente pueden confundirlos. Y nosotros, adultos, tampoco caigamos en el juego, seamos críticos y busquemos información veraz, no porque lo diga alguien famoso necesariamente se trata de la verdad. Cuidemos nuestra mente y espíritu.
Los peligros de “seguir”
» No saber diferenciar entre lo falso y lo real.
» Imitar conductas y comportamientos sin medir consecuencias.
» Pasar largas horas frente a la pantalla y dejar a un lado las responsabilidades.
» Perder la capacidad analítica y creer que todos son modelos a seguir.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 23 de enero de 2022 No. 1385